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Analistas 17/01/2023

Nefasto legado

Luis Fernando Vargas-Alzate
Profesor titular de la Universidad Eafit
LUIS-FERNANDO-VARGAS

Los más recientes acontecimientos presentados en territorio brasileño han permitido el retorno a situaciones que, conectadas todas, llaman la atención del nefasto legado que trazaron tanto algunos actores de la política global, como procesos que se configuraron en la región latinoamericana. Desde el recuerdo del más desafortunado mandatario de los Estados Unidos de América hasta la tradición gubernamental regional, pasando por las carencias institucionales tan características en América Latina, se han hecho predominantes en las últimas semanas, mientras los vándalos destruían los emblemáticos edificios de gobierno en Brasilia.

Uno de los daños más grandes que se pudo hacer a la democracia mundial fue propiciado por el cuestionado magnate y expresidente estadounidense Donald Trump. Aunque sus partidarios y adeptos lo consideren un personaje eminente y ejemplar, la realidad es que en los 247 años de historia republicana nunca hubo un líder que generara tanto daño a la institucionalidad norteamericana y mundial. Con su estilo de gobernante omnipotente y profundamente populista, Trump se encargó de afectar el funcionamiento de la democracia y la política estadounidense, atentando contra las instituciones, y los pesos y contrapesos del sistema político del país.

Lamentablemente, ha habido otros gobernantes que vieron en ese estilo y comportamiento algo para copiar, tal como sucedió con Jair Bolsonaro en Brasil, quien lo expresó públicamente. El estilo, la retórica y, en general, la manera de hacer política del expresidente brasileño es notablemente similar a la del estadounidense. Incluso, a pesar de haberse desmarcado y desvinculado de los ataques cometidos por sus partidarios extremistas a las sedes de gobierno en Brasilia, es evidente que su legado es el principal motivo para que los lamentables ataques a las emblemáticas sedes de la democracia brasileña se llevaran a cabo.

Precisamente, otro de los oscuros legados con los que cuenta América Latina es la manera como se irrespeta a las instituciones. A diferencia de lo que sucede en Estados Unidos, y en gran parte de las naciones desarrolladas, en la región poco importa que se atente contra la democracia y las estructuras útiles a su funcionamiento. Independientemente de donde vengan los ataques (sea desde las denominadas izquierda, derecha, o cualquier otro espectro político propagandístico), en América Latina hizo carrera que cada cierto tiempo hay que ir directo contra las instituciones.

De esta manera, apedrear, destruir y ver arder a los edificios que las resguardan es parte del escenario político cotidiano regional. Incluso, existe una importante masa poblacional que lo disfruta y alienta para que no pase mucho tiempo sin que ese tipo de situaciones se presente. De lo anterior se desprende que la tradición gubernamental esté orientada a fraguar ataques cuando el contendiente político sea quien venza en unas determinadas elecciones. Eso ha sucedido a lo largo y ancho de la región. Por fortuna, llama la atención que, hasta este punto, y ojalá así se mantenga, Colombia ha sido un caso atípico en esa lógica. Una sociedad polarizada como la mayor parte de ellas en esta parte del mundo, se ha esforzado en asimilar el cambio dado en el espectro político y hasta ahora el país se mantiene estable en materia institucional.

En general, y considerando el caso brasileño como referente para el análisis, en América Latina se cuenta con un legado que marcó los hilos del ejercicio político y social. Líderes tomando aprendizajes inadecuados de quienes consideran sus mentores, instituciones afectadas por las irregulares prácticas gubernamentales de sus funcionarios, y una tradición que difícilmente cambiará en la sociedad, mientras se mantenga la idea de que éstas no importan y que se puede atentar contra ellas de cuando en vez, han hecho que en esta parte del mundo se encuentre un escenario con un futuro indescifrable.

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