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Analistas 11/06/2025

La degradación de la política

Luis Fernando Vargas-Alzate
Profesor titular de la Universidad Eafit
LUIS-FERNANDO-VARGAS

Por siglos, la política ha sido entendida como el arte de gobernar, una práctica orientada al bien común y sustentada en la virtud, la deliberación y la responsabilidad. Sin embargo, en tiempos recientes se asiste a una preocupante mutación: el ejercicio político parece degradarse cada vez más en una lógica de confrontación personal, en una escena donde el gobernante ya no argumenta ni persuade, sino que responde con desdén a sus críticos, polariza el debate y convierte el conflicto en su principal herramienta de poder. El más reciente episodio protagonizado por Trump y Musk en Estados Unidos así lo ratifica.

Apenas luego de unos pocos meses de haber estrechado su relación en el marco del ejercicio político, ahora los dos magnates se enfrascan en una confrontación inexplicable. Muy pocos imaginaron que esto iría a ocurrir en tan poco tiempo en la Casa Blanca. Sin embargo, las peleas, confrontaciones, descalificaciones y acusaciones se han vuelto una costumbre en el ejercicio político en todas partes del mundo. Colombia, por ejemplo, es otro caso caótico que avergüenza a muchos en la sociedad. Al punto de estar ahora atentando contra la vida de quienes hacen carrera para tomar las riendas del país.

Esta transformación de la política no solo empobrece la calidad democrática de nuestras sociedades, sino que desdice de la ética y la filosofía del oficio de gobernar. Platón sostuvo que el auténtico dirigente no debía buscar el poder por ambición, sino asumirlo con pesar, movido por el deber de cuidar la polis. El gobierno, en esta concepción, es una carga moral, no un privilegio para la revancha. Aristóteles señaló que la política es la más alta de las ciencias prácticas porque tiene por fin el bien supremo de la comunidad. El buen político no es quien gana más debates ni quien impone su voluntad, sino quien cultiva la prudencia (phronesis), el equilibrio y la justicia. A la luz de estos principios, ¿qué refleja la política de hoy?

La escena contemporánea parece dominada por un modelo de liderazgo reactivo, volcado hacia la denuncia permanente del adversario, la victimización estratégica y la movilización de emociones negativas. Las redes sociales y la lógica del espectáculo se ha acentuado. Se premia lo burdo, la frase hiriente, el gesto teatral. El pensamiento complejo y el disenso argumentado son desplazados por un “like”.

Pero esta manera de ejercer el poder tiene efectos perversos. Al reducir la política a una batalla de egos, se des-institucionaliza la función pública y se erosiona la confianza ciudadana. El gobernante deja de ser un articulador de intereses para convertirse en caudillo. La sociedad, dividida en bandos irreconciliables, pierde la capacidad de construir un horizonte común. La crítica es deslegitimada como traición. A la vez que se entiende el diálogo como un signo de debilidad.

Frente a esta degradación, urge recuperar una concepción más elevada de lo político. No se trata de idealizar el pasado, sino de recordar que la democracia se sostiene no sólo en normas y procedimientos, sino también en una ética de la responsabilidad, en la disposición a escuchar al otro y en el compromiso con la palabra pública como herramienta de encuentro, no de agresión.

Tal vez sea hora de volver a pensar, con Aristóteles, que la virtud no es un lujo de filósofos, sino una condición necesaria para la vida cívica. Gobernar, en su sentido más profundo, no consiste en imponer, sino en persuadir. La política se degradó y está perdiendo el sentido.

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