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Hace poco más de una semana, el Canciller de la República sostuvo un diálogo con el Rector de la Universidad Eafit, Juan Luis Mejía, y el profesor de la misma Universidad, José Toro. Tal conversación, de carácter abierto, y con una nutrida asistencia, se hizo viral y generó diversas reacciones a largo y ancho del territorio nacional. La razón para ello, un pronunciamiento del ministro Holmes, para nada novedoso, sobre sus aspiraciones políticas.
Si bien pudo hacerse una lectura sobre lo políticamente incorrecto del hecho, resulta lamentable ver cómo gran parte de los medios de comunicación se ocupó de lo banal, omitiendo lo relevante de la actividad propuesta por estudiantes, profesores y funcionarios, y secundada por la Cancillería. De eso ningún medio hizo eco. Sobre el programa propuesto (Canciller en la Academia), ni los medios ni los críticos se ocuparon. Solo importó generar algarabía porque el Canciller dijo lo que toda Colombia sabe sobre su aspiración presidencial. ¿Acaso no fue ya pre-candidato en las últimas elecciones?
Lo cierto es que la actividad trazó, en palabras del Ministro de Exteriores, un camino promisorio sobre lo que será la relación entre la academia y las labores de esta rama del ejecutivo en el país. Tomándola como referente, la Cancillería ha propuesto adelantar acciones que procuran poner en sintonía lo que se desarrolla desde allí en relación con el desempeño internacional del país, con las discusiones, avances y resultados de la investigación adelantada en las Universidades.
“Canciller en la Academia” es una oportunidad de oro para salir de la tradicional desconfianza entre los funcionarios de gobierno -sin importar la rama en que se desempeñen- y los académicos. Por alguna razón se han considerado lejanos y pertenecientes a dominios diferentes, lo que evidentemente ha generado hondas afectaciones.
Mientras se tocaron temas relativos al papel que desempeña el recién creado Grupo de Lima ante la crisis venezolana, los impactos de la migración -no solo para Colombia sino para la región-, lo relativo con el litigio frente a Nicaragua y las relaciones con Washington (a propósito de la visita que se acaba de realizar y en la que, otra vez, fue más importante para los medios un vestido que lo demás), se enfatizó en la necesidad de trabajar desde el Ministerio de Exteriores en actividades de docencia y socialización sobre la labor que realiza.
Y es que se trata de un tema no menor, dado que por la falta de conocimiento de lo que se hace en materia internacional es que, quizá, se considera que el papel de la Cancillería es secundario frente a las otras carteras ministeriales. Esto, más notorio aún, en una sociedad como ésta que especula con frecuencia, expresándose reiteradamente sobre lo que desconoce.
También de la actividad que se reseña surgió la necesidad de trabajar sobre lo básico en materia de relaciones internacionales en el país. Aún padecemos las dificultades que encarna la falta de conceptualización. Con particular sorpresa se encuentra que existe un uso intercambiable de términos como política internacional, política exterior y relaciones internacionales. En ello hay que trabajar aún con perseverancia, puesto que, si no se supera lo elemental que trae consigo la conceptualización, lo complejo se tornará indescifrable.
Al final, luego de que el Canciller ilustrara al auditorio con lo que se viene adelantando en materia de organizaciones intergubernamentales de carácter regional, la definición de una agenda frente a los actores tradicionales -pero también frente a los que hoy demandan mayor atención-, las diversas maneras de entender la diplomacia, el tema del narcotráfico y el papel de Colombia en el liderazgo al interior del diálogo en América Latina y el Caribe (Caricom), quedó el compromiso de trabajar conjuntamente para salir, de una vez por todas, del distanciamiento característico entre gobierno y academia.
