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Analistas 25/02/2020

Acuerdo social y laboral

Luis Felipe Gómez Restrepo
Profesor Universidad Javeriana Cali

Los hechos sobre la dinámica de los mercados de trabajo en el mundo son contundentes: el desempleo crece y crece. Y no será fácil modificar la tendencia. En Colombia la tensión por las reformas laborales que buscan flexibilizar algunas normas, como la contratación por horas, deja al descubierto las tensiones.

Y cuando se hace el acercamiento vemos que los índices de desempleo golpean más fuertemente a los jóvenes y mujeres. El sistema económico y social no están pudiendo responder adecuadamente para asegurar a las nuevas generaciones su vida laboral.

En un reciente documento de las Naciones Unidas sobre el cierre de las brechas de inequidad en el mundo para alcanzar la justicia social, se presentan los hechos tozudos:
El empleo ha crecido desde 2008 a una tasa del 0,1% anual, mientras que entre el 2000 y 2007 lo hacía al 0,9%. Es decir, el empleo crece, pero muy lentamente y cada vez menos.

En segundo lugar, el 60% de los trabajadores carece de un contrato laboral. Muchas veces la política económica y laboral se fija en cómo proteger a los trabajadores, y no mira con detenimiento a los que no están trabajando, los excluidos del sistema. Una mirada más integral puede aportar seguramente mejores luces para la política pública.

Menos del 45% de las personas empleadas tienen trabajo de tiempo completo. Es decir, hay mucha informalidad y fragmentos de jornadas en que se encuentra ocupados. Para muchos es la precarización de las ofertas laborales.

En el 2019 había 212 millones de personas sin trabajo, en el 2018 eran 201, es decir, en un año 11 millones de personas sumaron a las personas de brazos cruzados, porque el sistema no les brinda oportunidades. Son muchas personas, que tienen un gran potencial de creación.

Finalmente, 600 millones de nuevos trabajos se necesitan crear de aquí al 2030 para absorber las nuevas personas que ingresarán al mercado laboral en el futuro. Lo que significa que, si no se logra una nueva dinámica, la situación sencillamente va a empeorar.

El trabajo ha cumplido la misión histórica de transformarnos cualitativamente como especie, nos ha permitido aportar a la vida en sociedad y ha contribuido a cambiar el mundo en que vivimos. Los economistas políticos dicen que el trabajo es sin duda, la fuente de toda riqueza y uno de los gérmenes de reconocimiento del valor propio y de la expresión del homo Faber y el homo creativum que llevamos dentro.

Desatender estas cifras, es descuidar una importante oportunidad de cambiar la violencia estructural y simbólica que deja por fuera a muchos talentos del sistema social y económico, proclives o vulnerables a la violencia directa, y al empobrecimiento de nuestra vida humana. Hannah Arendt nos advierte al respecto “(…) nos encontramos con la perspectiva de una sociedad de trabajadores sin trabajo, es decir, sin la única actividad que les queda.

Está claro que nada podría ser peor”, porque el trabajo no solo asegura nuestra sobrevivencia individual, sino la de toda la humanidad más allá del presente. Nuestra cultura sobrevive por nuestras obras en el tiempo y nuestra humanidad es trascendente por lo que ha creado y transformado a lo largo de su devenir que supera el tiempo de su corta vida en la tierra. El trabajo tiene una fuerza dignificadora del ser humano, que se vuelve constitutiva de nuestra esencia. A su vez, desde la teología es una manera de compartir la misión de Dios en el mundo.

Un nuevo acuerdo social sobre el trabajo es necesario. Tener tantas personas marginadas del trabajo, y tener otro tanto en situación indignas o condiciones limitadas, es muy grave, pues sencillamente es una exclusión de importantes grupos de la población. La solución no será fácil, ni sencilla, la complejidad social y económica es muy grande, pero hay que enfrentarla. Los retos van más allá de una estrategia para enfrentar la irrupción de la tecnología.

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