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La libertad tiene una forma extraña de manifestarse. Ilógica para muchos, quizá. Eso le pasó a Chuck Feeney, cuando “lo tenía todo” y sintió que eso no se parecía en nada a ser libre, pese a que había hecho una fortuna descomunal. Miles de millones de dólares acumulados tras años de construir un emporio comercial. Mansiones, viajes, jet privado, un estilo de vida que la mayoría de los mortales definirían como un retrato perfecto del éxito. La riqueza sin libertad, sin independencia, es una forma peculiar de pobreza.
Feeney decidió ser sincero consigo mismo. En silencio, sin discursos épicos, eligió vivir como un hombre común. Se quedó con dos millones y entregó los otros ocho mil que tenía. Se mudó a un pequeño apartamento. Viajaba en clase económica. Caminaba por la calle como cualquiera. Sintió alivio al renunciar a los rituales de riqueza que lo atrapaban. Tuvo tanto, que todo dejo de ser significativo.
Él descubrió que podía moverse sin que la idea de cómo debía vivir un millonario lo dictara todo. Fue consciente que el dinero no solo compra cosas, también compra expectativas… y que, en un caso “inusual” como el suyo, soltarlas libera más que conservarlas. Claro, no actuó contra el dinero. Actuó a favor de su libertad.
Cada persona gasta según lo que ha vivido, según lo que la marcó, según lo que cree que le falta. Hay quien compra para llenar vacíos, quien acumula porque teme que todo se desmorone o quien ostenta porque necesita ser visto, por ejemplo. Pero no se trata de juzgar, sino de entender de dónde viene cada deseo porque cuando uno comprende qué busca en realidad, la plata deja de ser la medida de éxito y se transforma en herramienta para sentir tranquilidad, para poder elegir y no para impresionar.
La libertad no aparece necesariamente cuando llegan los millones, sino cuando ellos dejan de dictar quién se debe ser. Muchas personas buscan dinero para vivir mejor, pero terminan viviendo para responder a lo que otros esperan de ellas. El éxito ajeno se vuelve termómetro del propio. La abundancia material se vuelve aprobación. Así se pierde lo esencial porque la vida se llena de metas ajenas y se vacía de propósitos propios.
Lo de Feeney muestra algo profundo. La libertad no es un monto. Es un límite interno. Es el punto en el que uno deja de mirar alrededor para decidir cuánto necesita. Es la madurez de entender por qué se desea lo que se desea. Es la tesis más hermosa: la plata amplifica la personalidad que ya existe. Si uno es temeroso, amplifica el miedo. Si uno es inseguro, amplifica la competencia. Si uno es libre, amplifica la independencia. No es cuánto se tiene, sino quién se es cuando se tiene.
Las pequeñas decisiones para una vida más rica son los relatos que nos contamos a nosotros mismos sobre lo que importa, lo que nos hace felices y la forma en que medimos el éxito. Es “El arte de gastar dinero”. Así llamó a su libro Morgan Housel, en el que reitera que la riqueza puede comprar muchas cosas, pero la más valiosa de todas es la capacidad de elegir una vida propia.
Como “Judas Iscariote”, los falsos apóstoles de Chucky-Santos, le siguen dando pasaporte social a Petro a Cepeda y a las Farc-EP y le entregan el sistema de libertades económicas al neo-narco estalinismo
Diversas instrumentalizaciones en más de 200 años han definido las estrategias de acción internacional de Washington y han servido como precedente para otras potencias