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Tu cerebro no busca tu bienestar. Busca tu supervivencia. Es así incluso cuando esto te impide avanzar, porque sigue operando con una evolución más lenta que tus desafíos y necesita ser entrenado para darte aquello que, por biología no sabe entregar.
Durante años entreno como nadadora. Sabía que la técnica importaba, que el cuerpo obedecía y que el esfuerzo sumaba. Pero descubrió algo inquietante. A veces hacía exactamente lo mismo y obtenía resultados opuestos. No era el cuerpo. Era su mente. En la competición la verdadera distancia se medía dentro de su cabeza. Allí nació la intuición que marcaría su vida profesional.
Tiempo después llego otra escena. No había piscina. Había un helicóptero. Volarle fascinaba y la asustaba al mismo tiempo. Ella eligió esa mezcla a propósito. Quería comprobar si podía atravesar ese temor, no borrarlo. Cada etapa de aprendizaje activado en ella lo mismo que ahora ve en sus pacientes. Primero la alerta. Luego el foco. Después la dopamina que aparece como pequeño premio cuando avanzas en medio de la incomodidad. Esa química cerebral es parte del viaje, no una amenaza.
Con los años entendió que el cerebro funciona con una lógica antigua. Atiende primero al peligro. Lo nuevo, lo incierto o lo exigente lo interpreta como amenaza. Un proyecto, un examen, un cambio de vida. Si no lo entrenamos, nos inyecta dudas, inseguridad, pensamientos que bloquean. Ese boicoteo no es maldad. Es miedo biológico. Y cuando se desborda, se convierte en ansiedad.
Ana propone mirar ese mecanismo de otra forma. Imagina que sacas tu cerebro y lo pones enfrente. No como órgano perfecto, sino como un niño asustado. Los síntomas de ansiedad serían los gritos de ese niño. Son reales, pero casi nunca son señal de peligro. Cuando aprendes a verlo así, puedes acompañarlo sin pelear con él.
Ahí entra un ejercicio simple. Respiración abdominal, exhalando más largo que inhalando. Ese patrón está asociado a calma dentro del sistema nervioso. Aunque sientas ansiedad, si respiras como alguien que está salvo, el cerebro empieza a imitar esa escena. Es una forma de tomar al niño de la mano sin hablarle demás sin regaños sin recriminarlo.
También trabaja con la plasticidad. Los errores, la frustración, los intentos fallidos no prueban incapacidad. Son el territorio donde el cerebro se reorganiza y aprende. Si la persona se queda lo suficiente en esa incomodidad, aparece la dopamina. El cerebro entiende que avanzar es posible.
Para Ana, la nadadora que descubrió que la mente decide, la piloto que eligió volar para desafiarse y la científica que acompaña a otros están contando la misma historia. Una en la que el cerebro no es destino, sino material vivo. Eso es lo que enseña en ‘Sorprende a tu mente’, el libro en el que se invita a entrenar tu cerebro y descubrir el poder de transformar tu vida.
Estas operaciones se realizaron para reemplazar deuda en dólares, con tasas superiores al 7%, por deuda con tasas más bajas, lo que, en principio, es positivo y generó una liberación de caja en el corto plazo