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Analistas 10/02/2025

Chao Narcisistas

Lewis Acuña
Periodista

No todos los abusos dejan cicatrices visibles. Algunos no golpean, pero desmoronan. No imponen cadenas, sino dudas. Y cuando te das cuenta, ya has perdido tu libertad y tu propia percepción de la realidad.

El abuso narcisista es eso. Una trampa sin barrotes, donde el control se disfraza de amor y la manipulación se confunde con interés. Primero, la devoción: el narcisista deslumbra, eleva, idealiza. Luego, la sombra: desvaloriza, culpa, distorsiona. ¿Por qué alguien se queda en una relación así? Porque el maltrato nunca es continuo. Es una ruleta en la que la víctima sigue apostando, esperando que vuelva la versión de la persona que una vez la hizo sentir especial.

El psicólogo Stephen Karpman lo describió en su Triángulo Dramático: tres roles en una danza perpetua. Víctima, perseguidor y salvador. El narcisista alterna entre ellos con maestría. Primero, la víctima: “me obligaste a tratarte así”. Luego, el perseguidor: humilla, juzga, amenaza y, cuando siente que está perdiendo el control, se convierte en salvador: asume la responsabilidad del daño, pero no para enmendarlo, sino para controlarlo. Lo más difícil es reconocer el abuso cuando está envuelto en gestos de afecto y arrepentimiento.

La violencia más peligrosa es la que se esconde detrás de las excusas. Es el aislamiento disfrazado de preocupación: “esos amigos no te convienen”. Es el chantaje emocional disfrazado de amor: “sin ti no soy nada”. Es la manipulación disfrazada de comprensión: “yo solo quiero lo mejor para ti”. Y cuando la persona comienza a dudar de sí misma, cuando se pregunta si tal vez está exagerando, si quizás es demasiado sensible, el narcisista ya ha ganado.

Porque el abuso narcisista no es una agresión puntual, sino una erosión progresiva. Minuto a minuto, palabra a palabra, mirada a mirada, la víctima se va volviendo más pequeña, aunque en el fondo algo le dice que algo no está bien. Que el amor no debería sentirse así.

Salir de ahí no es solo una cuestión de voluntad. No basta con querer irse si la mente sigue atrapada. Es necesario comprender que no hay pacto posible con quien juega a destruirte. Que no existirá la victoria en esperar que el otro cambie. El único camino es entender la trampa, desmantelar la ilusión y tomar la decisión más difícil: cortar el vínculo.

Es muy difícil una despedida dulce con alguien narcisista. Probablemente, no haya cierre ni última conversación. Irse sin mirar atrás, quizá sea la única opción. Porque cuando el abuso te hace dudar de lo que sabes que es cierto, el peligro no es perder la relación, es perderte a ti.

¿Cómo puedes saber si ya has normalizado lo inaceptable? ¿Cuántas veces has minimizado una herida emocional porque no dejó rastro visible o que en nombre del amor intentaste ocultar? ¿Cuántas excusas más tienes disposición a aceptar antes de reconocer que lo que duele no es amor? ¿Cómo detectar las señales y liberarte de relaciones abusivas? “Dile adiós al narcisista, por tu bien” de la Dra. Sarah Davies, fue escrito para saberlo.

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