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Esta semana ha sido de especial consideración en materia económica. El dólar superó $4.800. Claramente, la depreciación de la moneda colombiana es parte de una tendencia mundial, que afecta todas las monedas, y se debe principalmente a la apreciación del dólar, debido a que, en momentos de crisis, los capitales buscan refugiarse en países más fuertes y estables. Igualmente, la inflación no da tregua; es un fenómeno mundial que ha obligado a los bancos centrales a subir las tasas de interés. Ningún país está exento a estos fenómenos. Las soluciones son incrementar la tasa de interés y la confianza inversionista y de los consumidores.
La receta es realmente sencilla. El Banco de la República, como entidad independiente, debe hacer los mejores y más fuertes esfuerzos para controlar la inflación, lo que implica subir la tasa de interés, que a su vez aumenta el costo del dinero y cierra el diferencial con países como Estados Unidos, pues el dinero es sensible a los arbitrajes de rentabilidad. Entonces, cuando la economía se calienta por la inflación, por el dinero circulante y la alta demanda, hay que controlar el consumo con la tasa. Las cosas, por lo tanto, en materia de inflación, consumo y tasa de cambio son así de elementales. Lo que es muy difícil crear y mantener, es la confianza de los inversionistas y de los consumidores que se pierde al mínimo chistar, y que ahonda los problemas. Sus decisiones son normalmente conservadoras y a veces hasta cobardes.
Los inversionistas no invierten simplemente porque ven inestabilidad a corto plazo y una amenaza en el mediano y largo plazo al retorno de su inversión. Los consumidores merman su consumo porque prefieren posponer los consumos y salva guardar los recursos en otros activos más seguros como el dólar. No entender esto, que es elemental, pone en riesgo la economía nacional. Y si a esto le agregamos políticas públicas equivocadas, como la no exploración y explotación de gas y petróleo y una reforma tributaria que castigará al consumidor, a las empresas, a la inversión y, claro, a la generación de empleo, el resultado será catastrófico. Por eso el Gobierno debe cambiar su postura ideologizada y proselitista, por una más pragmática. La izquierda es ahora Gobierno. Tomarse las calles y continuar con arengas y culpas por acá y por allá no ayuda.
Seguir achacándole la culpa de la inflación o la devaluación a países extranjeros, anteriores gobiernos, enemigos internos, etc., distrae la concentración que se debe tener para concertar y enfocar los esfuerzos para controlarlas. Llegó la hora de gobernar con pragmatismo, primando el interés de toda la nación y no de unas posturas ideologizadas que en nada colaboran a moderar y manejar la crisis actual y por venir.
Ojalá el Gobierno, y todos sus ministros lo entiendan antes de que esto se salga de madre, o como decían en el colegio, se descuaderne. Y, por supuesto, la cereza del pastel es la “Paz Total”, concepto gaseoso que deja a un lado el respeto a la autoridad, la ley y la justicia, generando aún más problemas para la inversión, el consumo y el empleo.