MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
En una reciente conversación con un exministro de Educación, surgió un tema curioso: la felicidad y la virtud están intrínsecamente relacionadas. Según esta perspectiva, la felicidad auténtica no depende de la acumulación de bienes materiales ni de los logros externos, sino del ejercicio constante de las virtudes.
Una virtud es una cualidad moral que permite a una persona actuar correctamente. Según la tradición filosófica, las virtudes cardinales -prudencia, justicia, fortaleza y templanza- son los pilares sobre los que se construye un carácter íntegro. Por ejemplo, la prudencia ayuda a discernir la mejor manera de actuar; la justicia lleva a dar a cada uno lo que le corresponde; la fortaleza permite resistir la adversidad y perseverar; y la templanza modera los deseos para evitar excesos. Estas virtudes son la base de otras, como la honestidad, la generosidad, la paciencia y el respeto.
Aristóteles lo expresó hace siglos: las virtudes no son innatas ni se adquieren simplemente por observarlas. Al igual que aprender a tocar el violín exige practicarlo una y otra vez, ser virtuoso requiere esfuerzo y repetición. No basta con leer libros sobre generosidad, honestidad o templanza; hay que vivir esas virtudes, ejercitarlas en las decisiones diarias; las habilidades -y las virtudes- se forman en el hacer, no en el mero contemplar.
Es importante fomentar las virtudes desde la infancia; Los niños no solo aprenden lo que se les dice; aprenden, sobre todo, de lo que ven y experimentan. Si crecen en entornos donde la honradez y la responsabilidad son valores cotidianos, estarán mejor equipados para enfrentar las tentaciones y las pruebas de la vida. De ahí que la familia, la escuela y las comunidades locales desempeñen un papel importante. Los deportes, por ejemplo, son una vía para enseñar virtudes; La disciplina que requiere entrenar regularmente, el respeto por las reglas, el trabajo en equipo y la perseverancia ante la derrota son lecciones que trascienden el campo de juego y se trasladan a todas las áreas de la vida.
La religión, aunque no es el único camino, también puede ser un marco en el que las virtudes se desarrollen. Muchas tradiciones religiosas proponen ideales éticos que fomentan el autocontrol, el servicio al prójimo, la búsqueda de una vida buena y el ejercicio de la caridad, que de fondo es el amor por los demás.
Una sociedad virtuosa no es una utopía. Es un proyecto que se construye con pequeñas acciones repetidas día tras día. En lugar de enfocarnos únicamente en el cambio de leyes o en la implementación de nuevas políticas podemos empezar por preguntarnos cómo estamos contribuyendo, en nuestro entorno más cercano, a una cultura de virtudes. ¿Somos justos en nuestras relaciones laborales? ¿Se practica la gratitud en el hogar? ¿Buscamos oportunidades para ser generosos con quienes más lo necesitan?
La virtud, cuando se ejercita de manera constante, se convierte en un hábito. Este hábito fortalece el carácter y nos acerca a una vida plena. Por el contrario, los vicios -esas inclinaciones hacia el exceso, la deshonestidad o la pereza- nos debilitan y nos alejan de la felicidad genuina.
Para este 2025, un propósito significativo es dedicar tiempo y esfuerzo a cultivar una virtud específica. Puede ser la paciencia, la fortaleza, la justicia o cualquier otra que consideremos necesaria en nuestra vida. Al hacerlo, no solo contribuiremos a nuestra propia realización personal, sino que también daremos un paso hacia la construcción de una sociedad más ética, más justa y feliz.