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Analistas 12/05/2016

Estados leviathánicos

Jorge Iván González
Profesor de U. Nacional y Externado
La República Más
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En las décadas de los setenta y ochenta en el lenguaje de los economistas hizo carrera el término “Estado leviathánico”. Por aquellos días autores como Brennan y Buchanan expresaban su preocupación porque el crecimiento del tamaño del Estado tendría efectos negativos en la dinámica de los negocios.

En su texto clásico, Hobbes concibe el Leviathán como un ser extraño que ofrece seguridad a cambio de la libertad que le entregan los ciudadanos. En la medida en que las personas quieren más protección tienen que renunciar a mayores porciones de libertad. Con el argumento de la lucha contra el terrorismo, los estados contemporáneos avanzan en sus lógicas leviathánicas. Las cámaras se multiplican, la vigilancia se incrementa, y el Gran Hermano orwelliano se fortalece en las sociedades que se proclaman liberales, y no solamente en los regímenes cerrados hijos del stalinismo. El Leviathán de Hobbes es el fruto de un acuerdo voluntario. Es el resultado de una negociación política. Se trata de un arreglo institucional consentido. La aceptación autónoma de la omnipresencia del Gran Hermano es una de las manifestaciones de la fragilidad de las democracias contemporáneas.

Sin entrar en las complejidades de la tensión entre libertad y seguridad, los economistas han recurrido a la figura del Leviathán para calificar aquellos estados cuyo tamaño riñe con las bondades intrínsecas del mercado. Y para los pensadores liberales, como Mises y Hayek, la progresiva intervención del Estado en la economía necesariamente conlleva gérmenes totalitarios.

En las sociedades actuales el Estado leviathánico exige que se le entregue más libertad, al tiempo que aumenta su participación en la actividad económica. En todos los países está creciendo el gasto público como porcentaje del PIB. Y esta relación seguirá subiendo, no solamente por los costos de la seguridad y de la protección de los ciudadanos. La complejidad de las aglomeraciones urbanas, las exigencias ambientales, la necesidad de mejorar los estándares de la ciencia y la tecnología, obligan a incrementar el peso que tiene el Estado en la economía. Esta tendencia, que parece irreversible, va en contra del ideal de Brennan y Buchanan.

El llamado “neoliberalismo” también ha aumentado la participación del Estado en la actividad económica. No tienen ningún asidero las críticas que se le hacen al “neoliberalismo” porque, supuestamente, ha reducido el gasto público. Se observan cambios importantes en las modalidades de la intervención, pero en ninguna parte se está presentando una disminución del tamaño del Estado.

Y como el capitalismo actual no se comprende sin una creciente injerencia del Estado, es necesario que las sociedades democráticas centren su atención en dos asuntos. El primero es la definición de las prioridades del gasto público, de tal forma que los servicios y los bienes que ofrece el Estado mejoren el bienestar general. Y, el segundo problema, más complejo, tiene que ver con el diseño de mecanismos que permitan que las exigencias ciudadanas de libertad no sean ahogadas por los imaginarios mesiánicos del Gran Hermano. Para Hobbes el Leviathán es incompatible con la libertad y, desde su perspectiva, no hay salida posible. Frente a este pesimismo extremo, el gran reto de las democracias contemporáneas consiste en encontrar formas agresivas de ejercer la libertad aún bajo el mandato de los estados leviathánicos. Entre las soluciones posibles, está descartada la alternativa del Estado mínimo como lo predica Nozick.
 

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