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Analistas 19/05/2016

Empresarios, ¿por qué apostarle a la paz?

Jorge Iván Gómez
Profesor del Inalde Business School
Analista LR
La República Más
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Los colombianos debemos superar los “parroquialismos” que no nos permiten entender que gran parte de los conflictos políticos e ideológicos en el mundo se han superado gracias a acuerdos negociados. Como en toda confrontación, ambas partes tendrán que ceder en algo para lograr el propósito de dejación de las armas como instrumento de lucha política. En el conflicto colombiano deben ceder las Farc, el gobierno y, por supuesto, la sociedad.

El problema del proceso de paz colombiano es que se ha convertido en una contienda llena de intereses electorales basados en el cálculo político. ¿Por qué no reflexionamos para  ayudar a construir una agenda empresarial de cara al posconflicto?

El fin de una guerra, cualquiera que sea su naturaleza, es una magnífica oportunidad para generar consensos y unidad social. Por ejemplo, Japón, después de la destrucción y el pesimismo de la Segunda Guerra Mundial edificó una sociedad sobre unas nuevas bases culturales: el trabajo, la educación y el comercio exterior. En Colombia, el fin del conflicto armado es una ocasión para fomentar valores y principios como la búsqueda de la equidad social y la promoción de la igualdad de oportunidades. No podemos desconocer que vivimos en un país con una enorme desigualdad social, lo cual implica reconocer la necesidad de unas reformas sociales y políticas que contribuyan a mejorar las capacidades y las oportunidades para los colombianos excluidos. 

¿Cuál es, entonces, el papel de los empresarios frente al posconflicto? 

Los empresarios deben ser capaces de superar la polarización. Esto quiere decir que es fundamental salir de la lucha política en la que algunos sectores apuestan por el fracaso de las negociaciones. Recordemos que muchas de las ofertas políticas son producto de la lógica del poder, en el que las ideologías generan votos. Por ejemplo, en Cataluña, muchos actores políticos luchan por la separación de España porque eso produce réditos electorales y económicos. En Colombia debemos dejar de ver el proceso de paz en blanco y negro y empezar a reconocer sus matices y sus contradicciones.

En segundo lugar, los empresarios deben ser capaces de rediseñar y reformular sus finalidades empresariales. Esto significa que las organizaciones colombianas deben apostarle a la construcción de una sociedad más justa. Para lograr este cometido, hay que abandonar uno de los más conocidos mantras empresariales que señalan que la finalidad de las empresas es ganar dinero hoy y en el futuro. A nuestro juicio, esta es una visión miope, reduccionista y generadora de egoísmo social, dado que las empresas cumplen funciones económicas, sociales y, también, ambientales. Nuestras investigaciones en Inalde Business School confirman que las empresas justas y responsables con la sociedad y el medio ambiente logran su continuidad en el largo plazo y se constituyen, en sí mismas, en legados y modelos para las generaciones futuras. A la cultura empresarial le ha hecho daño la expresión de Friedman, premio Nobel de economía, quien  señalaba que el deber de los directivos era hacia sus accionistas, lo cual deslegitimó la posibilidad de entender a la empresa como un agente de transformación social.

En tercer lugar, debemos aprender a vivir la virtud social de la reconciliación. Una sociedad llena de odios y resentimientos es incapaz de construir un destino común. El mejor ejemplo de reconciliación lo dejó el expresidente Mandela en Sudáfrica, quien logró unir a su nación a partir del perdón a sus victimarios y, sobre todo, renunciando a la venganza personal cuando era presidente. Por este motivo, debemos aprender a reconciliarnos con aquellos que durante tantos años le hicieron daño al país porque la mejor manera de resolver los conflictos y las diferencias políticas en una sociedad es tramitando estas luchas dentro de las instituciones y la democracia.

En cuarto lugar, debemos fomentar una cultura de la legalidad en la que superemos la cultura del avivato en lo social y del home run en lo económico: aquellos que buscan aprovecharse de los demás y quieren generar una fortuna de un solo golpe sin tener que trabajar. Para lograr esto, necesitamos un sistema educativo que fomente la ética del trabajo y de la integridad y un sistema social basado en el bien común y la solidaridad.

En quinto lugar, el país necesita una mirada empresarial diferente al campo, lo cual significa invertir en formación, tecnología e infraestructura en zonas agrícolas para aumentar la productividad y la generación de riqueza social en los territorios. La formación, especialmente, la técnica y tecnológica debe ser un asunto de todos.

En conclusión, el posconflicto ofrece para todos los colombianos unas oportunidades muy grandes para alcanzar la unidad del país, en el que tengamos una profunda preocupación por la equidad social y por el respeto a la vida. Lo anterior significa entender que el verdadero triunfo de la política colombiana es la paz. Ya lo decía Clausewitz: la política es la continuación de la guerra por otros medios y, en este caso, los medios son las instituciones, los partidos políticos y la democracia.

Debemos pensar en una agenda empresarial para el posconflicto y, como lo hicieron otros países, construir unos acuerdos nacionales para el resurgimiento de una sociedad más justa y pacífica, que se traduce en un compromiso de las empresas, los gremios, las universidades, en formar a los empleados, apoyar iniciativas sociales y difundir unos valores sociales como la unidad, la solidaridad y el trabajo. Este es el momento y la oportunidad que no podemos desaprovechar. Las críticas deben ir encaminadas a mejorar el proceso y no a boicotearlo y destruirlo.

Otros países han superado con éxito sus confrontaciones políticas e ideológicas gracias a la reconciliación social, la inclusión política y, especialmente, el compromiso con una agenda social liderada por los empresarios y las organizaciones sociales. El estribillo de paz sin impunidad puede ser un eslogan falaz porque los mecanismos transicionales de justicia ayudan a generar esquemas de reparación, sanciones y búsquedas de incorporación del penado a la vida social. El riesgo es confundir la justicia con la venganza; en la primera sobresale el arrepentimiento, la reparación y la reconciliación mientras que en la segunda, el odio y el resentimiento.
 

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