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El violento proceso de elección de Carlos Camargo como nuevo magistrado en la Corte Constitucional, que finalizó el pasado miércoles en el Senado de la República, estuvo lleno de malas prácticas por parte de medios de comunicación y congresistas. Los dos candidatos más fuertes en la terna enviada por la Corte Suprema de Justicia eran María Patricia Balanta y Carlos Camargo. El invitado para “rellenar” la terna fue Jaime Humberto Tobar Ordóñez, quien no logró un solo voto. La diferencia final fue una evidente victoria para la oposición 62-41, números bien diferentes a los ventilados previamente por diversas plataformas.
El presidente del Senado, Lidio García, había explicado en los medios de comunicación las reglas del proceso de votación para los congresistas. Anunció con anterioridad que no se permitiría el ingreso al recinto de la corporación de nadie distinto a los senadores, los candidatos de la terna y quienes trabajan en la elaboración de la Plenaria, Secretario, equipo de secretarías y Mesa Directiva. Según las normas habría una comisión escrutadora equilibrada, con presencia de bancadas de gobierno, de oposición, de centro, para intentar incluir a todos los sectores políticos. Los tarjetones con sello seco estaban dispuestos en cubículos para garantizar el cumplimiento de las condiciones previstas. García también invitó a los congresistas a no marcar, rayar, dibujar nada diferente a la X en la cara de su candidato, con el riesgo de anular su voto.
Antes de iniciar la sesión, era tanta la desinformación emitida en medios y especulación en redes sociales, que curiosamente García tuvo que explicar con antelación y en público su voto por Camargo. Esto no cayó bien en algunos partidos políticos. A mi juicio, en ese momento es cuando Camargo obtuvo la victoria. En las horas previas a la votación el circo se desarrolló también alrededor de las decisiones del Consejo Nacional Electoral. Los congresistas de Cambio Radical, Temístocles Ortega y Ana María Castañeda, habían sido vetados por su propio partido, habilitados luego por una sospechosa decisión de última hora del CNE. Luego de una larga discusión, la mesa directiva interpretó que lo mejor era dejarlos votar, pero no alcanzaron para inclinar la balanza en favor de Balanta. Dentro de los efectos inmediatos cayeron tres cabezas de ministros a quienes les “cobraron” la derrota.
Gobierno y oposición recurrieron a las fórmulas maquiavélicas de bodegas, acusaciones, mentiras, lobby y demás. Mano negra hubo de lado y lado. El Ministro de Interior realizó decenas de llamadas y mensajes a los indecisos. Mermelada de todos los sabores que no alcanzó. El grupo de oposición gestionó la narrativa de la presunta cercanía de Balanta con Petro. Cada ficha que se movió en el complicado ajedrez muestra lo que siempre pasa en todos los últimos años de cualquier gobierno: los políticos se empiezan a desmarcar y buscan nuevos rumbos con miras a las campañas. “Alguien no está diciendo la verdad dentro de la bancada de gobierno” concluyó la senadora Martha Peralta aceptando la derrota que va más allá de la Corte Constitucional. Las elecciones de 2026 no tienen nada que ver con las proyecciones que todos hacían hasta antes de la victoria de Carlos Camargo.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente