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Analistas 26/03/2018

101%

Jonathan Malagón
Presidente de Asobancaria
JONATHAN MALAGON

Las redes sociales de nuestro país fueron la tribuna de un agitado e innecesario debate en torno a los resultados de la última encuesta de intención de voto a la Presidencia de la República, conducida por la experimentada firma Yanhaas. La principal conclusión de dicha medición fue el notable fortalecimiento de uno de los candidatos, a tal punto que por primera vez en esta contienda se contempló seriamente la posibilidad de una definición en primera vuelta. Apasionados analistas de otras campañas, mágicamente convertidos en superhéroes de la estadística y guardianes de la precisión numérica, sembraron un manto de dudas sobre la seriedad no solo del encuestador, sino del contratante, basados en un simple pero tendencioso argumento: la suma de los porcentajes, en lugar de la centena, fue de 101. La controversia no dio espera y se activaron, a ritmo de Twitter, irritantes teorías de la conspiración que solo perderían fuerza en la medida en que dos encuestadoras más revelaran datos similares.

Lo primero que cabe precisar es que tan trivial hallazgo aritmético no compromete la cardinalidad en la interpretación de los resultados, la validez de la metodología, la significancia del muestreo, ni mucho menos la seriedad del encuestador y sus financiadores. La explicación del cuestionado desajuste es elemental. El redondeo en este tipo de mediciones no solo es común, sino muchas veces necesario para que los mensajes se transmitan de manera más sencilla. Con al menos 7 alternativas de respuesta y una muestra amplia de encuestados, convertir fracciones en números enteros trae consigo una pérdida de información que hace que la suma de las aproximaciones rara vez arroje exactamente 100. Para ilustrar el caso contrario, porcentajes de 34,2%, 32,4% y 33,4%, una vez aproximados a su entero más cercano, dejan de sumar 100 para sumar 99. Siendo así de simple, ¿por qué tanta indignación?
Considero que buena parte de la sobrerreacción proviene de la constante campaña de desprestigio hacia las encuestadoras, producto de lo que algunos consideran sus desaciertos del pasado. En Colombia confundimos la pobreza de nuestras interpretaciones con la falta de calidad de la información. Las encuestas son, por definición, una foto en un momento del tiempo de aquello que los ciudadanos están dispuestos a contestar. Así las cosas, su connatural carácter dinámico y la incapacidad para recoger fenómenos como el voto vergonzante, hacen que no necesariamente predigan los resultados. Lo anterior no les quita valía. Por el contrario, en un mundo de tanta incertidumbre como el político, los registros de la temperatura en diferentes momentos del tiempo son fundamentales para definir tendencias.
En mi opinión, los medios de comunicación y los analistas, en lugar de linchar a los encuestadores, deberían hacer pedagogía respecto al alcance de dichos instrumentos y la manera correcta de interpretarlos. Por fortuna, en Colombia operan firmas como Cifras y Conceptos, Yanhaas, CNC, Invamer, Guarumo,
entre otras, cuya solvencia técnica ha servido no solo para ilustrar preferencias de los ciudadanos, sino para orientar grandes decisiones estratégicas a nivel público y privado. Por supuesto que las fichas técnicas, en especial los tamaños muestrales y las metodologías de recolección de la información, deben ser transparentes y sujetas a debate y análisis; pero graduar de “vendidos” a quienes señalan las tendencias que no nos gustan es un acto miserable al 101%.

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