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Esta columna fue escrita con ayuda de ChatGPT.
Esta edición del periódico fue diseñada con inteligencia artificial. Como parte de esa dinámica, se nos pidió a los columnistas escribir nuestras opiniones con la ayuda de una IA. El ejercicio, aunque interesante, es profundamente paradójico: usar una máquina para crear algo que exige creatividad.
Me pregunto: ¿cómo pedirle a una máquina que imagine, cuestione y proponga, cuando se trata de ejercicios netamente humanos?
Las inteligencias artificiales no crean. Agrupan, reorganizan y resumen información que ya existe en la nube. Pero no piensan, no sienten y no dudan. Su aparente creatividad es solo una mezcla eficiente de datos previos. Por fortuna, la verdadera creación aún es una capacidad que nos pertenece.
Si empezamos a usar la IA para todo, nos enfrentamos a un problema mayor: la pérdida progresiva del esfuerzo mental. Nos puede pasar lo mismo que al cuerpo cuando deja de moverse: atrofiarse. Ese es el sedentarismo mental. La comodidad de dejar que la IA conteste correos, redacte argumentos, resuma libros y hasta forme opiniones. Al principio ahorra tiempo. Luego impide pensar.
Es por eso que me preocupa que este ejercicio salga bien. Si las columnas de esta edición quedan impecables, es probable que de ahora en adelante algunos columnistas opten por dejar que una máquina dicte y agrupe sus opiniones. Y que, con el tiempo, el valioso ejercicio del discernimiento humano quede en el olvido.
No me malinterpreten: no se trata de rechazar la herramienta, sino de advertir sobre su uso excesivo. De llevarla al punto en que reemplace completamente nuestra capacidad analítica.
Algunos temen que la IA reemplace profesiones enteras. Yo no. Estudio Derecho, y aunque ChatGPT puede redactar una tutela o un derecho de petición, también se inventa artículos, mezcla normas y, sobre todo, no tiene razonamiento jurídico. No puede interpretar un caso sencillamente porque no tiene criterio. Por más “inteligente” que sea, siempre habrá un abogado que sepa resolver mejor el caso.
Y hay otro riesgo creciente: que las personas empiecen a creer ciegamente en lo que dice la IA, solo porque “lo dijo la IA”. Thierry Ways advertía en su última columna sobre la amplificación del sesgo de confirmación que trae consigo usar estas herramientas. Hemos puesto a las máquinas en un pedestal tal, que ahora basta con que una IA confirme una idea para que muchos la asuman como verdad absoluta. Es el nuevo “lo vi en internet”.
Ahora bien, esta columna la escribió una inteligencia artificial, sí, pero bajo instrucciones precisas. Cada idea, giro y argumento fue propuesto por mí. Sin mis palabras, esta herramienta no habría dicho nada. Porque es el humano el único que aún puede crear criterio. La IA solo lo simula.
Por eso, aunque la IA puede ayudarnos a hacer más cosas en menos tiempo, también puede volvernos inútiles si dejamos de pensar.
¿De verdad queremos dejarle a una máquina la valiosa tarea de formar nuestra opinión? ¿Preferiremos, por comodidad, el sedentarismo mental? Ya veremos…