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Analistas 09/08/2025

Trabajadores digitales: un nuevo reto

Javier Villamizar
Managing Director

En la historia humana, cada avance significativo en productividad ha estado marcado por la aparición de una nueva clase de “ayudantes”. Desde las herramientas primitivas hasta las complejas cadenas de automatización industrial, hemos buscado sistemáticamente externalizar trabajo, minimizar esfuerzo y amplificar nuestras capacidades. Hoy, en pleno auge de la inteligencia artificial, nos enfrentamos a la llegada de agentes digitales autónomos como parte del ecosistema laboral. No son humanos, no tienen cuerpo ni emociones, pero toman decisiones y completan tareas complejas.

A diferencia de los sistemas tradicionales que ejecutan instrucciones estáticas, estos nuevos agentes están diseñados para operar con autonomía. Pueden interpretar información contextual, navegar entre múltiples fuentes de datos, establecer prioridades y ejecutar secuencias de acciones en función de un objetivo. Su lógica de funcionamiento no se basa en la obediencia, sino en la deliberación algorítmica, redefiniendo las dinámicas de poder y responsabilidad dentro de las empresas. Ya no es posible asumir que todo actor decisional es un ser humano y en las organizaciones cohabitan inteligencias biológicas y artificiales.

La implementación de estos agentes conlleva enormes promesas. Pueden operar sin pausa, reducir errores humanos, absorber conocimiento a una velocidad extraordinaria y colaborar entre sí para resolver problemas. Pero este despliegue también genera tensiones ¿Cómo se reorganiza la empresa cuando parte del trabajo es ejecutado por entidades que no requieren salario ni vacaciones?

El reto más grande no es técnico, sino filosófico. ¿Qué significa ser un trabajador en una época donde la agencia ya no es exclusiva de los humanos? Los agentes de inteligencia artificial no tienen conciencia ni voluntad, pero poseen una eficacia operativa que los convierte en actores estratégicos. Si una IA redacta informes, coordina proyectos, evalúa desempeño y propone decisiones, ¿estamos frente a una nueva categoría de empleado? ¿Y si no, qué los distingue realmente de nosotros más allá de la biología?

Las teorías clásicas de manejo de negocios nunca imaginaron que los integrantes de una organización pudieran ser “software” autónomos. Este nuevo paradigma nos obliga a repensar no solo los procesos, sino la ciencia de la administración de recursos humanos.

No todo son dilemas. También se abre una ventana de oportunidad extraordinaria. Las pequeñas empresas pueden acceder a capacidades que antes eran patrimonio exclusivo de grandes corporaciones. Empleados pueden coordinar flotas de agentes que redactan contenido, analizan mercados o monitorean la competencia. La inteligencia se convierte en un recurso abundante y distribuido, si sabemos cómo aprovecharla.

El futuro del trabajo no se define por la sustitución, sino por la integración. Se trata de diseñar estructuras donde humanos y agentes colaboren de forma armónica. No como competencia, sino como alianza. Los humanos aportamos intuición, ética, empatía y creatividad. Los agentes, en cambio, ofrecen escala, velocidad, rigor y memoria perfecta.

¿Seremos capaces de construir organizaciones que respeten lo humano sin renunciar a lo artificial? ¿Qué marcos legales, éticos y operativos necesitamos para garantizar que este nuevo tipo de inteligencia no erosione nuestros principios, sino que los amplifique?

La empresa del futuro no es una máquina ni una comunidad. Es un organismo simbiótico donde conviven inteligencias de distinta naturaleza, unidas por la finalidad común de crear valor. Quizás ha llegado el momento de redefinir lo que entendemos por trabajar. No en oposición a las máquinas, sino en colaboración con ellas.

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