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Analistas 21/09/2019

Regular por regular

Javier Villamizar
Managing Director

La regulación y las plataformas tecnológicas siempre han tenido el problema de que sus ritmos no suelen coincidir. A menudo, el paso al que se desarrolla y se adopta la tecnología es sustancialmente mas rápido que el de los gobiernos y entes reguladores. Peor aun, cuando los reguladores ven que las plataformas tecnológicas se están desarrollando en una economía de mercado libre y su adopción se acelera, buscan la manera de poner barreras y entorpecer su crecimiento. En Inglaterra durante la primera mitad del siglo 19, el Parlamento promovió una normativa que regulaba el transito de vehículos a motor, cuya adopción todavía estaban en pañales, con absurdos requerimientos como limitar su velocidad a no más de tres kilómetros por hora, requerir un número mínimo de pasajeros y la presencia de un “banderillero” cuya función era caminar delante de los vehículos con una bandera roja para alertar a peatones y otros vehículos.

Con la llegada inminente de los vehículos autónomos, comienza a vislumbrarse en algunos países del mundo, un reto complejo para los gobiernos en lo que se refiere a la operación de los mismos. Los fabricantes de vehículos tradicionales como Volkswagen, Ford, GM, etc, así como los nuevos jugadores como Tesla, llevan varios años trabajando en perfeccionar sus vehículos para ofrecer sistemas de conducción independiente con el fin de evitar accidentes. Al mismo tiempo que la tecnología se desarrolla y se mejora, se empiezan a plantear modelos de negocio diferentes a los que hoy estamos acostumbrados.

Como se ha visto con la popularización de las plataformas de transporte o “ride-sharing” como Uber, las nuevas generaciones están menos inclinadas a ser dueños de los vehículos y prefieren contratar los servicios con empresas especializadas. Es así que en un futuro cercano tendremos una convergencia de dos tendencias: la de conducción autónoma y la de los servicios de vehículos compartidos.

Con la llegada de los vehículos autónomos, se espera que aparezcan compañías de transporte que los utilicen para ofrecer un servicio puerta a puerta conocido como “robo-taxis”. Y es allí donde algunos reguladores han empezado a evaluar la idea de limitar el número y las condiciones de operación de estos proveedores de servicio. Incluso ya en varios países europeos se habla de subastar las licencias de operación de redes de vehículos autónomos de la misma manera que se hace con el espectro radioeléctrico o con las redes de micro-movilidad.

La industria de los seguros, que igualmente tendrá que adaptarse a la nueva tecnología, ha empezado a hacer “lobby” para que haya una regulación mas estricta sobre los vehículos autónomos considerando que las aseguradoras podrían responsabilizar a los operadores de las redes de transporte e incluso a los fabricantes de los vehículos en casos donde los accidentes sean ocasionados por fallas en los complejos sistemas de navegación autónoma.

Como es sabido, la habilidad y capacidad de los reguladores tanto en mercados desarrollados como en los emergentes, ha sido históricamente deficiente. En la gran mayoría de países, los empleados de los entes reguladores carecen de los conocimientos y entendimiento de la tecnología necesarios para establecer las reglas de juego de una manera justa y eficiente. No es ilógico pensar que en lugar de regular por regular la operación de estas nuevas soluciones tecnológicas, algunos gobiernos opten por dejar que estas empresas compitan libremente y busquen la manera de inter-operar sin la intervención del legislador.

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