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Hoy, más que nunca, innovar no es solo una opción para crecer, sino la única vía para crecer de forma sostenible. En un entorno de cambio constante, la innovación representa la mejor defensa frente a la obsolescencia. Pero innovar no es simplemente lanzar productos “nuevos” o mejorar gradualmente lo existente. Implica combinar evolución con verdaderas revoluciones que transformen de fondo. La auténtica innovación comienza cuando las organizaciones comprenden que no se trata de creatividad espontánea o buenas intenciones, sino de una estrategia consciente orientada a resolver los desafíos del presente y anticiparse al futuro. No se trata de tener más ideas, sino de saber qué hacer con ellas.
Las compañías que lideran sus sectores lo tienen claro: innovar es una decisión consciente que requiere método, enfoque y valentía. Y aunque no hay fórmulas mágicas, sí existen caminos probados que ayudan a convertir la innovación en crecimiento real.
Uno de esos caminos es el que propone la clásica matriz de Ansoff, que distingue entre crecer vendiendo más de lo mismo, llevando lo que ya tienes a nuevos mercados, mejorando tus productos o lanzándote a hacer algo totalmente distinto. No todas las estrategias tienen el mismo riesgo ni impacto, pero todas exigen mirar más allá de lo inmediato. El crecimiento no siempre está en lo desconocido: a veces está en optimizar lo que ya sabes hacer, pero con nuevos ojos. Sin embargo, de manera simultánea hay que aprender y descubrir nuevos caminos.
También hay empresas que logran convivir con dos modelos de negocio al mismo tiempo. Parece una locura, pero puede funcionar ¿Cómo? Separando lo que es distinto y dejando que cada unidad avance con su propio ritmo. Si la innovación genera conflictos internos, lo mejor es darle su propio espacio. Y si hay sinergias, integrarla sin miedo. El arte está en saber cuándo hacer una cosa y cuándo la otra. Saber cuándo separar no es dividir, es proteger la agilidad. Sin embargo, siempre se debe pensar en integrar ambas velocidades.
Otro enfoque clave son construir dos (2) horizontes de innovación: uno para lo que ya haces y quieres mejorar (el presente) y otro para lo que puede cambiarte el juego a futuro. Una empresa saludable piensa en los dos (2) a la vez. Le da prioridad al ahora, y un poco de apuesta al mañana. Las organizaciones que dominan estos dos tiempos entienden que la innovación no es un sprint, sino una carrera con varias etapas.
Aquí entra en juego una distinción esencial: la innovación sostenida y la disruptiva o transformacional. La primera mejora lo que ya funciona; la segunda, rompe el molde. Muchas empresas se sienten cómodas con la sostenida porque ofrece resultados más previsibles. Pero sin espacio para la disrupción, tarde o temprano alguien más inventará algo que te deje fuera. Lo que hoy parece estable, mañana puede ser obsoleto. Por eso, ignorar la disrupción no es precaución: es un riesgo mal entendido.
Y si hay un concepto que ha retado a miles de líderes a pensar distinto es el de los océanos azules: buscar mercados sin competencia, donde el valor no se pelea, se crea. No es fácil. Pero cuando se logra, el crecimiento no depende de cuánto quitas al otro, sino de cuánto creas tú. Las empresas que se atreven a navegar en lo desconocido no solo ganan participación, crean mercados enteros.
Innovar no es moda. Tampoco es un área más dentro del organigrama. Es una forma de mirar el mundo y de actuar ante él. Se convierte en un “estilo de vida empresarial”. No se trata de adivinar el futuro, sino de construirlo con visión, estrategia y coraje. En un mundo cambiante, innovar con cabeza es la mejor garantía de seguir siendo relevantes.
Las empresas que entienden esto no solo sobreviven. Inspiran la diferencia. Y eso, en los negocios, es lo que deja huella.
Con una reforma laboral cada vez más cercana, la innovación también debe estar en cómo se vincula el talento humano, en cómo se gestiona la eficiencia laboral, entre otras cosas
Para algunos juristas expertos en contratación pública estos comportamientos generan un manto de duda sobre posibles actuaciones de corrupción, e inclusive la firma de las prórrogas se podría configurar en delito grave