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Analistas 03/08/2022

¿Liderar o marcar territorio?

Héctor Francisco Torres
Gerente General LHH

Con frecuencia escuchamos a figuras destacadas en diversos campos del quehacer humano pronunciar discursos de variada elocuencia sobre las huellas que dejan tras de sí, en los que no resulta fácil trazar la frontera entre la auto exaltación de la personalidad y el propósito altruista de evidenciar los hitos de su paso por el planeta. Los encontramos en todas las latitudes, en todas las épocas, y la historia se ha encargado de depurar la lista de personajes que verdaderamente han dejado legados perdurables, apartando a muchos de cuestionables méritos.

Los inspirados por la intención genuina y desinteresada de contribuir al progreso de la humanidad como Florence Nightingale o Nelson Mandela se destacan por su liderazgo, mientras que otros como Idi Amin Dada o Pol Pot (aunque nefastos, también dejaron legados) son recordados por sus odiosos temperamentos que, en lugar de guiarlos por el sendero del bien común, siempre los llevaron a marcar territorio, emulando el comportamiento instintivo del macho alfa de cualquier manada de lobos.

Ahora que nos aprestamos a presenciar el cambio de gobierno más relevante que ha vivido nuestro país en las últimas nueve décadas, vale la pena reflexionar sobre la distancia que separa a las entidades que tienen dolientes ─como la mayoría de las compañías privadas─ de aquellas que no los tienen, cuando de sucesión en su dirigencia se trata. Entregar la posta en cualquier empresa es, por lo general, un proceso natural y ajeno a las veleidades de sus protagonistas, en el que la atención está centrada en la misión, la visión y los valores de la organización; en conservar su propósito y en mantener su orientación estratégica. Pero este paso ─que debería ocurrir de similar manera en las democracias─ no lo estamos viendo con igual transparencia en la transmisión de mando que se formalizará el próximo domingo en la Plaza de Bolívar.

Se ha abierto camino la práctica intencional de revolver la majestad del Estado con los intereses personales, la ideología política, los afectos y las antipatías de predecesores y sucesores, creando un nocivo caldo de cultivo para el caos. Parece que nada hubiéramos aprendido sobre las consecuencias del absolutismo que el Rey Sol estableció en Francia con su L’Etat c’est moi y que le costó la cabeza a su chozno Luis XVI.

Una cosa es la obligación de ejercer el encargo hasta el último día, y otra muy diferente tomar decisiones que busquen limitar deliberadamente las actuaciones del nuevo mandatario. Esto resulta tan inconveniente como fijar posiciones ideológicas mediante la designación de personas escogidas con intenciones poco claras en cargos clave, pasando por alto los principios de la meritocracia y desconociendo que las competencias, conocimientos y habilidades correctas son cruciales para que el nuevo presidente obtenga resultados a través de los integrantes de su equipo. Con semejante distorsión del verdadero significado de la inclusión se pueden afectar las ejecutorias del gobierno entrante.

Es conveniente recordar al caminante que, venciendo obstáculos, avanza toda una jornada hacia el horizonte y al día siguiente pierde la brújula y recorre la misma distancia en dirección contraria, quedando condenado a volver al punto de partida, agotado y con la decepción del esfuerzo inútil. Que no nos suceda lo mismo.

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