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Analistas 30/03/2019

Razón y sentimiento

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

El ser humano no es racional; es más bien predeciblemente irracional. Puede ordenar ideas para mejorar la productividad de procesos, para obtener resultados gratos desde la perspectiva estética, para mitigar riesgos de diversa índole o para impulsar grandes transformaciones de su modo de vida. Sin embargo, es discutible la racionalidad del sistema económico global, fundado en los combustibles fósiles, que tienen efectos nocivos sobre el clima y el medio ambiente en general, y en instituciones inconsistentes. Además, ha pasado casi medio siglo desde el primer informe al Club de Roma sobre la insostenibilidad del crecimiento del consumo impulsado por la economía de mercado, y el asunto no se ha abordado de manera efectiva: la población de los países de África al sur del Sahara, los más pobres del mundo, sigue en aumento de forma desmedida. Tampoco se enfrenta la tarea de asegurar el sostenimiento de la creciente proporción de población improductiva como consecuencia de la extensión de la vida por los avances de la medicina, ni la absurda incidencia en la construcción de marcos normativos del cabildeo de las empresas fabricantes de armas o de fármacos de algunas economías desarrolladas.

El cultivo de los sentimientos no es la antítesis de la razón. Por el contrario, la intuición suele ser fuente de soluciones acertadas en los ámbitos económicos, pues abre camino al ordenamiento de las ideas a partir de elementos esenciales sin perderse en detalles que a veces obstruyen el avance por los senderos del análisis ordenado. También ocurre que la experiencia estética ilumina la mente para descifrar enigmas. En general, los afectos pueden ser fuente de armonía con consecuencias deseables. Sin embargo, la humanidad suele condenar a la categoría del desperdicio los mecanismos de decisión apoyados en asideros diferentes de la razón formal. Incluso, se ha fundado la absurda discriminación contra la mujer, que suma más de la mitad de la especie, en la tesis de que ella es menos racional que el varón, sin evidencia seria. Más bien se busca aplastarla para proteger sistemas de ordenamiento sexual desequilibrados, en los cuales se la subordina para evitar riesgos sociales. Sería más práctico aceptar que el mundo no está organizado con bases firmes, y que el enorme crecimiento de la población en el último siglo pone en peligro no solo los ideales liberales sino incluso la vida de la especie, al menos en las condiciones actuales de relación con las demás.

La tarea de sobrevivir, consolidar y prosperar debe partir del reconocimiento de nuestra naturaleza animal, valorar los instintos y reconocer la importancia de la exaltación de la conciencia. Desde esa perspectiva se puede visualizar con facilidad el conjunto de condiciones para que el pacto tácito entre todos nosotros para lograr bienestar tenga sentido. Por supuesto, parte integral de la tarea es reconocer los límites de la razón. Antes se acostumbraba en Occidente hacerlo con base en la hipótesis de que hay dos elementos inherentes a la experiencia individual, uno material y otro espiritual, y que la conducta en la vida terrena determinaba el desenlace para el espíritu más allá de la muerte. La ciencia y la tecnología de los últimos siglos obligan hoy a buscar medios diferentes para entender nuestras limitaciones y ser menos arrogantes y más constructivos. No es fácil, pero es necesario.

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