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Analistas 28/10/2023

Bienestar y sociedad

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

La mayoría de las personas disfrutarían más sus vidas si la especie se organizara mejor. El logro individual es camino necesario para buscar seguridad futura, pero tiene límites claros: el potencial de cada uno depende de la forma de organización establecida, y el azar incide a la par con la virtud.

Homo Sapiens, la especie de todos los humanos, tiene por lo menos 300.000 años, pero su experiencia subjetiva se transformó hace unos 70.000, con el desarrollo de lenguaje capaz de interpretar el pasado y proponer futuro. Hace unos 10.000 años comenzó a acumular comida, como consecuencia de la revolución agrícola y a ordenar sus procesos para proteger su inventario. Como consecuencia aparecieron urbes, primero en Sumeria y después en el resto del orbe, en forma paulatina.

La población total de la especie humana en el neolítico, cuando ocurrieron estas transformaciones, no excedía varios miles de personas. El uso de los metales permitió aprovechar mejor las destrezas propias de su fisiología. Con la tecnología el número aumentó y las formas de organización se hicieron más complejas. En el apogeo de los imperios Han en Oriente y romano en el Mediterráneo alcanzó 200 millones. Esa cifra ya se había doblado en los albores de la edad moderna, cuando Occidente comenzó su conquista del resto del mundo. Hace tres siglos se empezaron a formular las premisas liberales, fundadas en el respeto por las decisiones de cada quien, siempre que atiendan las reglas establecidas, producto de debates cuya regla fundamental es el derecho al disenso. Hace un cuarto de milenio comenzó la revolución industrial en Gran Bretaña, que sirvió de apoyo a las fases ulteriores del imperialismo occidental. En esa época la población del mundo ya alcanzaba 800 millones. A principios del siglo 20 ese total ya se había doblado, y el epicentro del poder económico se había trasladado de Europa a EE.UU.

El sistema político del mundo cambió con el final abrupto del modelo imperial tras las guerras mundiales, La población creció hasta cuadruplicar su total en el curso del siglo 20, y se transformó en urbana. Leer y escribir se volvió destreza universal. Las herramientas de comunicación propiciaron relaciones más frecuentes y eficaces. En este nuevo mundo la hegemonía intelectual de élites letradas sufrió erosión radical y las propuestas liberales hicieron crisis. Las ha sustituido la convivencia desordenada, condición insostenible. El crecimiento de la población y de las aspiraciones de uso de energía perturban la relación entre las especies vivas. Además, subsisten las discriminaciones y las guerras, con desperdicio inherente, y las conductas demenciales de líderes.

Las premisas de organización política impuestas en 1945 al resto del mundo por los vencedores en la segunda guerra mundial son inadecuadas. Si bien el potencial de la economía se ha multiplicado, la desigualdad ha aumentado en forma marcada en el último medio siglo. Es necesario un alto en el camino para poner en tela de juicio las instituciones públicas existentes y evitar desenlaces indeseables de carácter social y ambiental. Los riesgos se conocen, pero se prefiere mirar el corto plazo, donde habitan las expectativas de líderes políticos y económicos. La dilación traerá restricciones serias para la gestión futura. Es preciso abordar realidades con audacia y método, pues la suerte ya está echada.

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