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En Colombia estamos obsesionados con la novedad. Hace unos años el discurso era el emprendimiento; luego, la resiliencia convertida en una especie de eslogan emocional; ahora, la inteligencia artificial como si la tecnología fuera a resolver lo que no hemos tenido la valentía de enfrentar como sociedad. Saltamos de tendencia en tendencia porque es más fácil hablar de futuro que mirar de frente nuestra herida más grande: la ausencia profunda de compasión.
La compasión no es un adorno espiritual ni una virtud cursi. Es un acto político, social y emocional de altísimo impacto. Es la capacidad de comprender al otro sin necesitar justificarlo; de conectar con la humanidad ajena sin convertirla en lástima. Aquí confundimos empatía con lástima, y lástima con bondad. Pero la empatía, como la usamos, se volvió una palabra polite para decir “pobrecito”, sin tocar la raíz. La compasión, en cambio, es otra cosa: es amor al desconocido y al conocido; es la decisión consciente de ponerse en los zapatos del otro, no para sufrir por él, sino para actuar desde un sentido social que nace de la responsabilidad personal.
Lo paradójico es que hablamos de innovación como si fuera exclusivamente tecnológica. Nos desvelan los modelos de lenguaje, los algoritmos y la automatización, pero seguimos siendo torpes para mirar a la cara de quien tenemos enfrente y reconocernos en él.
Una sociedad que invierte millones en IA, pero no lo hace en aprender a tratar al otro con dignidad, termina sofisticando su forma de producir datos, no su forma de relacionarse. Esa es nuestra trampa: creemos que el país será más moderno por usar herramientas nuevas, cuando seguimos operando con los mismos vacíos emocionales de siempre.
La innovación social no nacerá de la IA ni de los discursos motivacionales. Surgirá cuando dejemos de mirar al otro desde los sesgos que nos fragmentan: buenos y malos, ricos y pobres, derecha e izquierda. Una sociedad que se define por sus fracturas solo multiplica sus heridas. Y Colombia lleva décadas atrapada en esa lógica. No avanzamos porque competimos por tener razón, no por construir un propósito común.
La compasión elimina jerarquías de todo tipo. No pregunta por el origen ni la ideología; reconoce la humanidad en el otro sin pedir credenciales. Es el principio más sofisticado de convivencia, y paradójicamente, el menos trabajado. En este país discutimos sobre impuestos, sobre crecimiento, sobre tecnología y sobre seguridad, pero no sobre la capacidad básica de entender al otro sin deshumanizarlo. No hablamos de compasión porque exige algo que evitamos: revisar nuestra propia sombra.
Si queremos cerrar brechas, necesitamos líderes compasivos. No líderes paternalistas ni líderes que posan de salvadores, sino líderes capaces de ver a las personas y no solo los indicadores. Liderazgos que entiendan que dirigir es un rol, no un privilegio moral. Que el cargo no los hace superiores. Que el poder sin compasión solo amplifica la arrogancia.
Colombia no necesita más jefes que den órdenes; necesita seres humanos que, desde su vida individual, actúen con conciencia social. La compasión no es un proyecto de unos pocos, debe ser un proyecto de país. Y empieza por reconocer que el otro también está luchando una batalla que no conocemos. Que las diferencias no son una amenaza, sino la materia prima de cualquier evolución colectiva.
Quizás la pregunta que deberíamos hacernos no es cómo nos adaptamos a la IA, sino cómo dejamos de ser emocionalmente analfabetas. Porque la tecnología no salvará a un país que no sabe relacionarse consigo mismo. Y sin compasión, no hay sociedad posible.
No será posible tener buen gobierno, si no hay buen Congreso. La reconstrucción del país con quien sea el nuevo presidente, dependerá en gran medida de un parlamento serio, técnico, responsable y ético
Estamos confiados y distraídos mirando un bello atardecer, mientras los atracadores nos distraen y se llevan de calle la democracia y el botín de la hacienda pública
Nuestro compromiso es ser recordados por obras de infraestructura material que dejen un invaluable legado social