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Analistas 15/04/2015

“Fracking”: ¿costo o beneficio?

Guillermo Cáez Gómez
Socio Deloitte Legal
GUILLERMO CAEZ
La República Más
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Mucho se ha hablado en los últimos días sobre la idea del presidente de Ecopetrol, el exministro Juan Carlos Echeverry, de que en Colombia no podríamos darnos el lujo de no hacer “fracking”. Es entendible que el nuevo director de la petrolera quiera buscar la forma de extraer el petróleo a un menor costo de operación y con esto lograr mayor eficiencia en su ejercicio, pero no es digerible que la empresa que es insignia en la producción petrolera, no tenga en cuenta el impacto ambiental que puede generar esta práctica. 

Desde luego es obvio que la implementación del “fracking” no es de un día para otro, tardará cerca de cinco años ver este tipo de operaciones en nuestro país, pero este hecho no puede permitir que nos relajemos frente a las consecuencias que trae consigo su utilización. Para ponerlo en términos prácticos: si hoy el impacto de la exploración y explotación petrolera genera un impacto considerable, el fracking afectará de forma tal que no existe hoy medición exacta el daño que se genera porque, como toda afectación al medio ambiente, solo se podrá determinar el daño con el paso de los años cuando se hagan evidentes las consecuencias que hasta hoy en algunos casos son tan solo especulaciones, pero que en el futuro serán realidades imposibles de corregir. 

El “fracking” desde ningún punto de vista puede ser entendido como beneficio para el país, su técnica implica que se deban usar recursos hídricos en gran cantidad, afectar las placas con químicos que terminan impactando los acuíferos subterráneos (el agua que se encuentra bajo la superficie) y en el proceso, generar sismos de tal dimensión que sin duda afectarán la superficie. Estos efectos harán que terminemos con terrenos estériles en un país donde la locomotora no debe ser la petrolera, sino la agraria.

Es una equivocación que tratemos de copiar el modelo de Estados Unidos donde sus prácticas medio ambientales han sido enmarcadas por frases como la pronunciada por George Bush padre, cuando se hablaba de desarrollo sostenible en la cumbre de Río de 1992, afirmando que: “nuestro estilo de vida no es negociable”; razones de sobra para evitar a toda costa que uno de los países con mayor biodiversidad del mundo caiga en malas prácticas en la búsqueda de hacer rentable una empresa que tiene fecha de caducidad (cuando los recursos no renovables se agoten) y no pensar en viabilizar el agro con proyectos que hoy son tendencia en el mundo, como, por ejemplo proyectos de seguridad alimentaria interior y exterior, que son prueba y muestra de ejercer soberanía en un territorio. 

Una empresa con participación del Estado no puede pensarse exclusivamente en términos de rentabilidad económica. Los procesos de responsabilidad social, desarrollo sostenible e impacto bajo en la población son los principios que debe inspirar la actividad industrial. Hoy, indiscutiblemente debemos hablar de una revolución medio ambiental por encima de la industrial y no podemos ser un país donde solo importe el lucro a costa de nuestro recurso más preciado: nuestro rico ecosistema. 

Si como colombianos entendiéramos que nuestro mayor activo no es producir un millón de barriles al día, sino comprender la riqueza de nuestra biodiversidad y sacar provecho de esta con generación conocimiento a través de la investigación, competir con patentes de calidad que impacten de forma radical la agenda mundial, no estaríamos siquiera pensando en la idea de aplicar el “fracking” en Colombia, que sin duda es un beneficio de pocos, frente al alto costo que le pasará una factura endosada irresponsablemente e impagable para las futuras generaciones. 

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