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A veces el mundo cambia sin que nos demos cuenta. No con una guerra ni con un colapso financiero, sino con un movimiento silencioso desde Washington que reajusta las placas tectónicas del poder global. La semana pasada ocurrió uno de esos momentos. La Casa Blanca publicó un documento estratégico que, aunque pase desapercibido para la mayoría, redefine cómo Estados Unidos entiende a sus amigos, sus rivales y su propio lugar en el mundo. Y cuando un país con ese peso redibuja el mapa, el resto -incluida América Latina- tiene que moverse.
El texto se llama Estrategia de Seguridad Nacional (NSS 2025), pero su impacto va mucho más allá del nombre técnico. Lo que importa es lo que rompe: abandona la idea de Estados Unidos como guardián del orden mundial, reduce el multilateralismo al mínimo, rechaza el liderazgo moral, corta compromisos globales que duraron décadas y reemplaza todo eso por una lógica muy simple: proteger intereses vitales, medidos en soberanía, economía, tecnología y poder material. Es una ruptura abierta con las estrategias de 2017 -centrada en valores- y de 2022 -centrada en alianzas-.
Este cambio conceptual no es retórico. Viene acompañado de una reinterpretación directa del tablero global. Por primera vez, el documento declara a China como el rival estratégico no hemisférico, no un competidor comercial ni un desafío regional, sino un actor que puede implicar amenazas a cadenas de suministro, liderazgo tecnológico, infraestructura crítica, seguridad y estabilidad económica. Es una clasificación con implicaciones profundas para el hemisferio.
El hemisferio vuelve al tablero: la Monroe 2.0 como estrategia oficial
El primer impacto está en la región. El documento afirma que América Latina es nuevamente un espacio estratégico prioritario para Estados Unidos. Lo llama -sin rodeos- un “Corolario Trump a la Doctrina Monroe”, una versión 2025 que busca frenar cualquier presencia de potencias extra hemisféricas en infraestructura, telecomunicaciones, puertos, energía, minería y tecnología crítica.
Ya no es interpretación: es línea oficial. Y el mensaje es inequívoco.
Perú, donde China controla puertos, energía y minería, será presionado para revisar concesiones estratégicas y diversificar proveedores. Chile, cuya cadena de litio es vital para la transición energética global, será un escenario directo de competencia entre capital chino y presión estadounidense para reorientar la producción hacia aliados. Brasil, por tamaño y peso político, se convierte en un actor bisagra: Washington buscará empujarlo hacia su órbita para contener la expansión china, mientras Brasil intentará mantener su tradicional autonomía estratégica.
Para Colombia, que elegirá un nuevo gobierno en 2026, la implicación es inmediata: las decisiones sobre puertos, energía, inteligencia artificial, ciberseguridad, telecomunicaciones y minería serán leídas en Washington y Beijing como señales de alineamiento. La ambigüedad estratégica será más difícil y más costosa.
La seguridad interna también se redefine como geoestrategia hemisférica. Migración, narcotráfico y crimen organizado dejan de ser asuntos policiales para convertirse en amenazas estratégicas. Washington exigirá más cooperación, más alineación y menos ambigüedad.
Un mensaje duro a Europa: la Otan como contrato y la UE como carga
Si lo del hemisferio es un giro fuerte, lo que el NSS dice sobre Europa es un terremoto estratégico. Por primera vez, un documento de esta naturaleza deja de tratar a la Otan como una alianza política y la convierte en un contrato condicionado: Estados Unidos solo garantizará́ defensa a países que gasten al menos 5 % del PIB en capacidades militares. No es una sugerencia; es una advertencia.
Para la Unión Europea, el tono es incluso más incómodo. El texto la describe como un continente atrapado en la erosión de su base industrial, la pérdida de cohesión cultural y un exceso regulatorio que, según Washington, sofoca la innovación. Lo que antes era un socio indispensable, ahora aparece como una región problemática, debilitada y con poca capacidad estratégica, en gran medida por la propia institucionalidad de la Unión.
Y lo más relevante: Estados Unidos deja de financiar el multilateralismo. ONU, OMC, Banco Mundial, G7 y buena parte del andamiaje internacional pierden prioridad y recursos. Washington solo sostendrá aquello que sirva directamente a sus intereses nacionales vitales.
Este repliegue libera capital político y económico para lo que el documento define como el verdadero desafío del siglo XXI: la competencia estructural con China y la reorganización del hemisferio occidental.
Nuevo orden, nuevas reglas, nuevas decisiones a tomar
En este nuevo orden, América Latina deja de ser decorado y pasa a ser escenario principal. Perú tendrá que revisar su equilibrio comercial y de inversiones, Chile enfrentará presiones sobre su litio y el acceso a tecnología, Brasil negociará desde su peso específico, y Colombia deberá decidir cómo construir una visión estratégica propia en medio de la tensión entre dos potencias (y no me refiero solamente al sector público). Rusia pierde protagonismo regional, pero China entra en la mira directa.
Las potencias mueven sus piezas como si jugaran ajedrez; los países de tamaño medio las sienten como en un “Jenga”: Cada movimiento altera la estabilidad. El NSS 2025 es un movimiento grande, con efectos profundos sobre los futuros posibles del hemisferio.
Para Colombia -a las puertas de un nuevo gobierno- este es el momento de reforzar sus columnas antes de que otro viento helado vuelva a golpear la ventana en Washington. Porque en geopolítica, cuando cambia la dirección del viento, lo peor que un país puede hacer es quedarse quieto.
Este gobierno, aun con buenas intenciones, ha insistido en cambiar la regulación, exigir tarifas justas y acelerar la transición energética. Pero por no saber cómo hacerlo
Que los colombianos nos queramos quedar en Colombia, para vivir bien y mejor. Hacerlo en grande no se logra ni con deseos ni con fortuna, se logra queriendo y haciendo