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Cada octubre recordamos que el conocimiento posee un poder transformador capaz de generar bienestar para la humanidad. Los Premios Nobel no solo reconocen a quienes alcanzan descubrimientos extraordinarios, sino que también rinden homenaje a la búsqueda de la verdad, al compromiso con el ser humano y a la valentía de desafiar lo desconocido.
Cada biografía detrás de un Nobel encierra una historia de curiosidad, esperanza, disciplina y rigor intelectual. Mujeres y hombres que dedicaron su vida a formular preguntas nuevas, a mirar donde nadie más miraba, a insistir cuando todo parecía imposible para crear nuevas formas de comprender el mundo. Pienso entonces en Colombia y en lo necesario que es inspirar ese mismo espíritu en nuestros jóvenes: el de creer que el conocimiento y la creatividad son herramientas poderosas para transformar realidades.
Durante mi paso por Colciencias y como directivo académico, he soñado muchas veces con el día en que nuestro país logre figurar en las categorías científicas del Nobel -Física, Química, Fisiología o Medicina, o en Ciencias Económicas-, sumándose al logro y al orgullo de Gabriel García Márquez, Nobel de Literatura (1982). El Premio Nobel de la Paz, concedido en 2016 a Juan Manuel Santos, se suma al anterior; sin embargo, debemos también ser merecedores de las categorías científicas.
Pero alcanzar los más altos estándares en el terreno científico global exige más que talento individual. Requiere construir un sistema robusto que sostenga la creación de conocimiento. Con una inversión en Investigación y Desarrollo que apenas alcanza 0,3% del PIB, estamos lejos de ello. Iniciativas como el Fondo de CT&I del Sistema General de Regalías, las Becas Bicentenario, Colombia Científica, Nexo Global son ejemplos valiosos en la ruta para la construcción de capacidades científicas; sin embargo, el país carece de una política de Estado ambiciosa y sostenida que entienda la ciencia como una inversión para su crecimiento y desarrollo.
A lo anterior se suma una narrativa que se opone a esta pretensión: la de que los jóvenes solo quieren formaciones cortas de utilidad inmediata. La ciencia necesita tiempo y paciencia; no cabe en la prisa de la inmediatez. Formar investigadores, pensadores y creadores exige persistencia. Sin embargo, hay motivos para la esperanza. En las universidades colombianas encuentro cada día jóvenes que se esfuerzan por alcanzar la excelencia y que, con su ejemplo, transforman las narrativas de resignación en historias de posibilidad. Como Sarah Macías Garzón, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Autónoma de Occidente, quien acaba de obtener el título de campeona mundial de oratoria con su discurso “La belleza de Colombia”. Su triunfo nos recuerda que el talento florece cuando se cultiva con confianza y propósito.
Octubre, mes de los Nobel, debería ser también un mes para mirarnos como país y preguntarnos si realmente estamos sembrando las condiciones para que nuestros jóvenes puedan alcanzar esos sueños. El día que un colombiano reciba un Nobel científico, será la evidencia de que Colombia creyó que el conocimiento es el mejor camino para la construcción de un futuro con mayor progreso y bienestar.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente