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Analistas 11/07/2023

De naufragios y decisiones

Carolina Rojas Gómez
Executive Master of Management in Energy Norwegian Business School

La noche del 15 de abril de 1912 las malas decisiones le pasaron factura al Titanic, sellando así el destino del barco y de sus más de 2.000 pasajeros. 111 años después, la tragedia del sumergible de OceanGate pareciera recordarnos, de nuevo, el costo de las malas decisiones y de la ligereza a la hora de elegir.

No pude evitar hacer un paralelo entre el Titanic y el Estado, pues el segundo es como los grandes barcos, vastos, complejos, compartimentados y difíciles de maniobrar, en los cuales navegan ciudadanos de distintas clases a merced de un grupo de personas que, a su vez, dirigidos por unos capitanes, se encargan de llevarlos, ojalá, a puerto seguro.

Si se piensa bien, una de las principales responsabilidades de los funcionarios públicos (dígase rama legislativa, ejecutiva o incluso judicial) es tomar decisiones en beneficio de la sociedad que les ha entregado la potestad de dirigir su rumbo. En este sentido, un proceso pobre de toma de decisión desvía el barco y puede, o bien llevarlo al destino incorrecto, o hundirlo.

Usualmente tomar decisiones se asimila como sinónimo de elegir, dejando por fuera el elaborado proceso y análisis que debería desarrollarse para llegar a resultados racionales y objetivos. Elegir, por el contrario, no necesariamente es un proceso racional, sino más intuitivo y emocional.

Un proceso simple de toma de decisiones debería consistir en evaluar opciones y revisar los posibles resultados, un análisis de escenarios en donde se busque el beneficio colectivo, en el caso de la política pública, leyes o sentencias. Lo anterior, partiendo de la base de que los funcionarios del Estado toman decisiones sobre un dinero que no es de ellos, sino de todos.

Por lo anterior, los tomadores de decisión requieren la capacidad para ejecutar procesos racionales en torno a las determinaciones que deben ser adoptadas; sin embargo, algunas veces nos encontramos con funcionarios públicos que carecen de competencias en solución de problemas, análisis crítico y análisis de riesgos. Se sobrevalora el azar.

Otra variable que vale la pena mencionar son los sesgos, está comprobado por estudios sicológicos que existe cierto tipo de irracionalidad inherente a las características de algunos seres humanos. Los sesgos son esos fallos cognitivos que pueden ser superados por modelos matemáticos o financieros e, incluso, por software.

Otro punto importante es que, las decisiones deben estar seguidas por acciones, sin embargo, algunos prefieren la inacción, y ésta, en cuestiones de Estado, termina generando una bola de nieve que tarde o temprano resulta en avalancha, porque la inacción tiende a acumular efectos, no a desaparecerlos.

Lo anterior tiene que ver con la búsqueda de certezas, pero el proceso de toma de decisiones precisamente busca mitigar la incertidumbre a través de un ejercicio estructurado, que lleve a tomar acción, lo cual agrega una complicación más, especialmente, cuando hay una multiplicidad de actores que deben ponerse de acuerdo.

Regresando al ejemplo del Titanic, quisiera llamar la atención sobre un factor que fue determinante tanto en el naufragio del transatlántico como en la tragedia del OceanGate: la arrogancia, y eso se ve tanto en líderes estatales como empresariales. Cometen el error de dejarse ganar por ella, olvidando que "la soberbia precede al fracaso y la arrogancia, a la caída".

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