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Siempre se ha dicho que Colombia es un país de instituciones fuertes y ello ha permitido que mal que bien hayamos gozado de alguna forma de democracia desde 1958 cuando se dio inicio al Frente Nacional hasta nuestros días. Y cuando hablamos de instituciones que sustentan nuestro andamiaje democrático se entiende que la credibilidad en esas instituciones está por encima de las perturbaciones frecuentes en los frentes sociales, políticos y económicos.
Hoy, desafortunadamente esas instituciones son frágiles. Y son frágiles porque la población ha ido perdiendo la credibilidad en la idoneidad de esas instituciones y porque poco o nada hacen para recobrar credibilidad. En octubre de 2019 el Barómetro de la Reconciliación, “encontró que 63,7% de los encuestados no confía en el ejército, y 74,8% no confía en la policía. Un 86,1% no confía en los empresarios, 83,1% no confía sobre las organizaciones sociales, mientras que solo 58,2% desconfía de la iglesia. En cuanto a instituciones políticas, 90,1% desconfía del gobierno local, 92% desconfía del Gobierno Nacional y 95,9% desconfía de los partidos políticos.”
Un mes después, en noviembre del año pasado, el Dane dio a conocer los resultados de la Encuesta de Cultura Política 2019 “la cual tiene como objetivo generar información sobre la percepción y prácticas de los colombianos de 18 años y más, sobre su entorno político y social.” Allí se registra la confianza en las instituciones y los guarismos tampoco son muy alentadores. Confía en las Fuerzas Militares un 37%, en la Presidencia 27%, en la Policía otro 27%, en la Fiscalía 23%, en los jueces y magistrados 16%, la misma cifra del congreso y finalmente la confianza en los partidos es de 16%.
Como puede verse las dos encuestas muestran resultados similares y reflejan el desprestigio de las instituciones. Sin credibilidad no hay legitimidad y sin legitimidad en las instituciones de la Nación, como la conocemos, podría estar al borde del colapso. En los siete meses que han transcurrido desde la última encuesta las instituciones han hecho poco o nada para ganarse la confianza de los colombianos y mucho para perder la poca que queda.
La justicia ha hecho lo propio para desprestigiarse como se desprende de los constantes “vencimientos de términos”, siendo el caso más reciente el de los asesinos de los periodistas ecuatorianos. Otros episodios dan muestra de la creciente politización de esta rama del poder, y ese fuel caso de la elección de un magistrado. De ese creciente desprestigio de la justicia no se salva ni la recién creada JEP. Los incidentes de corrupción en el Ejército, así como el incremento de la violencia y masacres dejan mal paradas a nuestras fuerzas militares. Finalmente, cabe mencionar como en estas semanas hemos presenciado actos vergonzosos de repartijas políticas que acabaron con un congresista cuestionado en la presidencia del Senado y tres jefes de las oficinas de control (Fiscalía, Contraloría y Defensoría) que parecen más funcionarios nombrados por quien debe ser controlado. En lo económico, la informalidad refleja esa falta de credibilidad y lo muestra el gran fracaso de monotributo ideado para incorporar más actividad económica a la institucionalidad.
Se ha hablado en diferentes escenarios políticos de la necesidad de un Acuerdo Nacional, que si ha de darse debe ser alrededor del fortalecimiento y recomposición de nuestras instituciones.