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Analistas 04/06/2025

Consenso que empobrece

Camilo Guzmán
Director ejecutivo de Libertank
Camilo Guzman

En Colombia, el empresario es culpable hasta que demuestre lo contrario. No es una exageración. Es el síntoma de un consenso cultural que atraviesa todo el espectro político: desde el Pacto Histórico hasta el Centro Democrático. Mientras el gobierno promueve una reforma laboral que ve toda relación productiva como una forma de esclavitud moderna, la oposición propone castigar a las empresas que apenas sobreviven -las que crecen más de 4%- con una prima obligatoria. En ambos casos, el mensaje es el mismo: el empresario no es un creador que merece libertad, sino un sospechoso que debe ser disciplinado.

Detrás de esta desconfianza hay un mito moral profundamente arraigado: el empresario como amenaza. Según esta narrativa, si no se le controla y sanciona, inevitablemente hará daño. Se le retrata como un ser egoísta que solo busca su interés individual y, por tanto, solo puede ser “solidario” si es obligado a serlo. Así, la libertad de empresa ha dejado de ser un derecho. Es una concesión condicionada. En Colombia, el empresario no tiene presunción de inocencia, tiene presunción de codicia.

Esta idea no es solo equivocada. Es suicida. Porque desconfiar del que produce es desconfiar del progreso. El orden espontáneo del mercado -como explicaba Hayek- no es caos, es cooperación voluntaria entre millones de personas que, con información dispersa, resuelven problemas que ningún burócrata podría prever. Pero aquí preferimos decisiones tomadas desde arriba, por funcionarios que creen saber más que el mercado. El resultado: menos empresas, menos empleo, menos innovación.

Más preocupante aún es que esta visión no es patrimonio exclusivo de la izquierda radical. Ha contaminado incluso a sus opositores. La idea de que toda relación económica es una relación de poder -y no de cooperación- es marxista en su esencia, y sin embargo domina la academia, los gremios, los medios y hasta la derecha política. Hoy todos hablan de “redistribuir”, “regular” y “vigilar”. Casi nadie habla de “crear”, “innovar” o “liberar”.

Y así llegamos al paroxismo: una derecha que ya no defiende la libertad de empresa, sino que impone fraternidad por decreto. ¿Creciste más de 4%? Entonces paga una prima extra, como si crecer fuera sospechoso. El empresario deja de ser un ciudadano libre y se convierte en un súbdito de la moral estatal. Ya no basta con que genere empleo y cree valor. Ahora debe ser “bueno”, “fraterno”, “ejemplar” según los estándares del político de turno. O será castigado.

Pero este consenso parte de una fatal ignorancia sobre la función empresarial. Un empresario no es quien tiene dinero. Es quien asume riesgos, resuelve problemas reales y coordina esfuerzos humanos a gran escala. Gana solo si acierta. Si no, desaparece. Como enseñó Mises, el mercado no lo dirige el empresario, lo dirigen los consumidores: el empresario sirve… o muere.

Ser empresario no es explotar. Es crear, servir, asumir riesgo y enfrentar la incertidumbre. Es, en su esencia, profundamente humano. Y mientras no rompamos este consenso cultural que empobrece, ningún modelo económico va a funcionar, y será irrelevante por quién votemos. Ni el socialismo ni la socialdemocracia pueden producir riqueza si castigan a quien la crea. No necesitamos empresarios más “humanos”. Necesitamos una sociedad que entienda lo humano que es emprender.

El verdadero riesgo no es dejar a los empresarios libres. Es dejar a los planificadores sueltos.

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