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Analistas 21/12/2019

Realidad virtual

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

Sin ninguna ironía en el título, creo importante discutir algunas implicaciones de una tecnología que se posiciona fuertemente en todas partes como fuente de entretenimiento, educación y planificación; nada que ver con el “extraño mundo de Subuso” que crease Lino Palacio para referirse al presente, borgiano o macondiano.

La capacidad de crear un entorno sensible capaz de “engañar” al cerebro con plena plausibilidad ya está entre nosotros. La tecnología computacional es capaz de hacernos volar por encima de las ruinas de Pompeya como si hubiésemos encarnado en un dron y tuviésemos ojos, oídos y experiencia sinestésica, tal vez aún sin viento y aromas, que de todas formas podrían simularse sin tecnología digital.

La realidad virtual (RV) es capaz, además, de añadir piezas que emergen de la nada (el éter existe en lo digital) para informarnos acerca de la Pompeya del siglo I previa a su destrucción, e incluso conversar e interactuar con un habitante de la época, recreado por un actor o un programa de diseño (realidad aumentada). La complejidad de esas nuevas realidades se deriva de las capas adicionales de información y reinterpretación de la existencia previa, que es el único referente de alguna realidad que podemos tener. La virtualidad, obviamente, nos ayuda o nos complica la ontología.

En los centros comerciales de Tokyo ya existen locales donde una persona puede participar de aventuras virtuales compartidas en pequeños grupos. El precio de esta experiencia, unos 25 dólares, indudablemente disminuirá a medida que la clientela crezca.

Pasaremos de los viejos simuladores neumáticos de los parques de atracción a la inmersión en aventuras espaciales, viajes por el Amazonas, o conversaciones con Aureliano Buendía, redivivo con unos visores, audífonos y mochila conectados al ordenador.

Las experiencias de la virtualidad traerán un nuevo significado a las narrativas históricas y, por supuesto, a la construcción de verdades políticas. Es indudable que los aparatos de propaganda utilizarán ávidamente la RV para convencer a sus usuarios de las bondades de un dentífrico, un dictador o un discurso. El reto será fortalecer las capacidades críticas de toda la sociedad para no tragar entero en un mundo lleno de trampas desarrolladas específicamente para construir verdades convenientes. Nada que no exista desde el inicio de la cultura, pero hay que reconocer que existe cierta brecha entre las narraciones del Ulises y experimentar in silico sus aventuras: tarea para una academia ya anonadada con los videojuegos y el populismo de las redes sociales y sus noticias falsas.

Crecerá la industria de los mundos inventados, tan fantásticos como terribles. Podremos tener sexo con personas diseñadas y siempre dispuestas, un onanismo extremo que de todas maneras tiene el potencial de construir comunidades más complejas, como las clientelas de las/los/les modelos de webcam que comercian o regalan placer a través de las redes. También podremos simular escenarios territoriales para el urbanismo o las obras públicas, otra clase de placer perverso. Y enseñar a combatir en guerra, pero mejor, a construir motores, descontaminar ríos, producir chocolate orgánico, operar válvulas tricúspide… Las opciones son infinitas y representan una nueva fase, un nuevo plegamiento de la evolución, siempre natural: requieren, eso sí, de más sabiduría para no terminar arrodillados frente a cualquier falso profeta. ¿O eso ya pasó?

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