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Esta semana el presidente Petro viajó a Estados Unidos para reunirse con su homólogo norteamericano Joe Biden. Difícil tarea va a tener la traductora oficial para explicar en inglés la diatriba socialista y grandilocuente de quien se cree la reencarnación de Gaitán. La agenda diplomática -dictada desde Caracas- incluye el levantamiento de sanciones a Venezuela y Cuba, apoyo incondicional a la Paz Total, legalización de las drogas y transición energética. Con todo el respeto, entre la sordera del viejito y la jeringonza de nuestro mandatario, cada cual entenderá lo que quiere creer.
Esto no es casual. Desde los ataques terroristas del 11 de septiembre, Estados Unidos dejó de tener una política geoestratégica definida para América Latina. Esto generó un vacío de poder que ha sido aprovechado por los regímenes totalitarios de la izquierda antidemocrática, el narcotráfico y la delincuencia organizada, y potencias de la talla de China, Rusia e Irán, entre otros.
La resaca del Plan Colombia, combinado con la diplomacia para la paz de Santos y los desaciertos del gobierno Duque al entrometerse en asuntos de política interna, llevó a Colombia al congelador diplomático. Esto obligó a nuestros dirigentes a mirar hacia China y tenderles un tapete rojo. Hoy en día vemos como los grandes proyectos de infraestructura en el país están en manos de los chinos y cada vez más nuestra diplomacia ve al gigante asiático como su ‘nuevo mejor amigo’.
Las épocas de una alianza fuerte entre Washington y Bogotá desparecieron. En materia de inteligencia, seguridad y cooperación militar, aún quedan algunos vestigios del pasado aprovechados por agencias de seguridad del Estado. Pero la realidad, es que a esta nueva administración poco o nada le importa lo que piensan en Washington.
La ‘petrodiplomacy’ prefiere viajar a Nueva York y San Francisco para hacer lobby ante organismos multilaterales, ONG de izquierda y líderes ambientalistas, que sentarse con el gobierno americano y su comunidad empresarial para buscar nuevas oportunidades comerciales entre las dos naciones.
Para Petro es más importante ir y abogar por Maduro, que ver la manera de refundar una alianza con Washington y construir puentes con la región. Busca solucionar los problemas del vecino país, en vez construir una relación comercial con Estados Unidos que beneficie a nuestro país del ‘nearshoring’. Prefiere defender los intereses del narcotráfico, que buscar mecanismos de cooperación judicial que permitan perseguir los activos de los narcoguerrilleros para financiar a las víctimas. Debería concentrar sus esfuerzos en atraer inversión extranjera a las zonas de conflicto. Proponer una verdadera agenda de transición energética que ayude a utilizar nuestros recursos de manera inteligente. Convertir a Colombia en una verdadera potencia de turismo, enfocando su promoción en el turista gringo.
Que alguien por favor le traduzca a Petro que, a pesar del populismo global que empieza a surgir en contra de la hegemonía de Estados Unidos, de los conflictos bélicos en Europa y el sureste asiático, del movimiento de la Opep para debilitar el dólar y del posicionamiento de China como nueva potencia mundial, nadie va a reemplazar de la noche a la mañana el poder de consumo de la sociedad americana. No se equivoque Mister President.