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Los niveles de violencia que se viven en el país, que van desde atracos armados a plena luz del día en las grandes ciudades, a secuestros, asesinatos y atentados terroristas en zonas de conflicto, hace que esa otra mitad que no votó por Petro clame por un Bukele criollo que ponga a los criminales y narcos en su lugar. Algo parecido a lo que se vivió en enero de 2002, cuando fracasó la zona desmilitarizada del Caguán y apareció Álvaro Uribe en el escenario nacional, devolviendo la esperanza y confianza en nuestras Fuerzas Armadas y de Policía.
Aunque concuerdo con la portada de la Revista Semana que a este gobierno y al Ministro de Defensa les quedo grande el país, la realidad es que la situación de inseguridad y violencia que vivimos los colombianos es producto de varios factores y responsables. El primero -y el mayor responsable en mi opinión- fue el acuerdo de paz con las Farc de Santos. Este, no solo debilitó la institucionalidad judicial y la capacidad de acción de los organismos de seguridad del Estado, sino que le dio patente de corso al narcotráfico permitiendo que resurgiera el cáncer que estuvimos a punto de extirpar.
Segundo, un gobierno Duque inexperimentado y timorato que le faltó mano firme para hacer cumplir el mandato para el cual había sido elegido. Esto abrió la puerta para la llegada de un exguerrillero amnistiado a la Presidencia, cuyo ADN criminal y resentimiento social, están convirtiendo a Colombia en un ‘narcoestado’ a través de su infame proyecto de la “Paz Total”. Un modelo que combina la ausencia del Estado y el empoderamiento de los criminales de Amlo en México; con la corrupción y populismo del modelo chavista venezolano; y los niveles de impunidad y cinismo moral de los narcoterroristas colombianos.
A esto se suma el crecimiento de la delincuencia en las ciudades, donde la falta de experiencia y capacidad para gobernar de alcaldes como Claudia López, Daniel Quintero y Jorge Iván Ospina entre otros, combinado con la inoperancia y el temor de nuestra Policía Nacional, ha permitido que ciudades como Bogotá, Medellín y Cali, por mencionar algunas, se parezcan cada vez más a Ciudad Gótica. Tristemente Bukele no es Batman y los héroes de ciencia ficción no existen.
A pocos meses de las elecciones regionales, el panorama político colombiano no vislumbra candidatos con el perrenque y la disposición al sacrificio personal de líderes como Uribe o Bukele. Hoy nuestros candidatos no están dispuestos a inmolarse por recuperar la seguridad de un país. Mucho menos sacrificar sus vidas y reputación personal para terminar vilipendiados o enjuiciados en cortes internacionales.
Me pregunto ¿necesitamos un mesías o un Bukele para acabar con los criminales? O alguien con liderazgo y determinación, que ayude a recuperar la institucionalidad del país, y les devuelva el honor y la capacidad de acción a las fuerzas de seguridad el Estado. Alguien con pericia política, que trabaje con las otras ramas del poder público en fortalecer la función judicial y disminuir la impunidad. Alguien que esté dispuesto a proteger la vida, honra y bienes de todos los colombianos, velar por las víctimas y poner punto final a los experimentos de justicia alternativa, que lo único que ha logrado es beneficiar y proteger a los criminales, incentivando la reincidencia en el delito.