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Analistas 14/09/2022

Único indicador de éxito del progresismo

Andrés Felipe Londoño
Asesor en transformación digital legal de servicios financieros

La definición y medición del éxito es determinante para la evaluación de resultados. Mucho se ha escrito en libros de administración o de gestión púbica para intentar medir el éxito de cualquier organización. El Balanced Scorecard, los OKRs o los KPIs son distintas aproximaciones sobre cómo llevar el marcador de los individuos, equipos, organizaciones o países y juzgar la eficacia, eficiencia y efectividad de sus esfuerzos.

En cualquier área del conocimiento, los indicadores son esenciales para entender y adaptarnos racionalmente a las circunstancias para buscar una mejor realidad. En finanzas, el seguimiento de indicadores de rentabilidad, eficiencia, liquidez, apalancamiento o de gestión del capital de trabajo, son determinantes para evaluar la viabilidad financiera de una organización. En mercadeo, el “customer lifetime value”, el costo de adquisición de clientes o el “willingness to pay” son claves para razonadamente crear, comunicar y entregar ofertas que tengan valor para los clientes. En economía, el crecimiento del producto, la inflación, la balanza comercial, el desempleo, el déficit fiscal o las tasas de interés son básicos para evaluar la gestión de los recursos limitados de los países. En suma, los indicadores nos permiten digerir la mareante complejidad de nuestro mundo y establecer lenguajes comunes especializados para navegarla.

En una era de fuertes tensiones socioeconómicas agudas, el Progresismo ha logrado expandirse en el mundo a una velocidad récord, concentrando sus esfuerzos en un único indicador: la favorabilidad. El arte de buscar un buen desempeño en encuestas es la preocupación central de un movimiento político que funda sus postulados en la explotación de las necesidades, esperanzas, frustraciones y miedos de distintos grupos, ofreciendo atractivas soluciones que parecen obvias para el alivio de todo mal y cancelando a los antagonistas de los cambios supuestamente necesarios para lograr una realidad paradisiaca.

El peligro del progresismo no es que sea popular. Tiene todo el mérito de saber llegar a la gente y revivir pasiones en sociedades tradicionalmente apáticas políticamente. Su peligro radica en que para llegar a la ansiada favorabilidad se apalanca en el desprecio de todos los demás indicadores que miden racionalmente el éxito en una sociedad y del conocimiento especializado requerido para gestionarlos. Una sociedad gobernada por quien simplemente pretende ser popular corre el riesgo de seguir la suerte de lo que a la mayoría le suena “justo” o adecuado, generalmente a partir de ignorancia, el prejuicio, la superstición o el dogmatismo, la desconsideración del “know how” requerido y de los efectos de segundo orden de las recetas aparentemente evidentes para solucionar lo que está mal.

Con el progresismo en el poder el futuro no es promisorio. Es su constante resolver problemas creando otros peores. Esto no es una especulación. Países hermanos que se encuentran en fases más avanzadas de gobiernos progresistas son prueba al alcance de todos para ver lo que ocurre cuando la favorabilidad es el único indicador que importa. La inflación de casi el 100% en Argentina este año y el “decrecimiento” económico proyectado de 1,2% en Chile en 2023 son pruebas tangibles de que la búsqueda incesante de la popularidad a cualquier costo se traduce en la insostenibilidad de todo lo demás.

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