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Analistas 11/09/2021

Silencio que mata

Alfonso Aza Jácome
Profesor de Inalde Business School
Analista LR

Al llegar a la oficina, te encuentras con uno de tus colegas y te sorprendes porque no te saluda y se comporta como si no existieras. Durante la mañana te topas con él varias veces por los pasillos y ni siquiera te mira. No sabes qué está pasando e intuyes que algo va mal. Cuando, por fin, coinciden en la reunión en la que te toca hacer la presentación principal, no te dirige la palabra salvo para decirte que has hecho un buen trabajo, “casi tan bueno” como el de otro de los presentes…

Existe un tipo de agresión, silenciosa y pasiva, que puede hacer el mismo daño que la violencia física, pero es más difícil de distinguir. Consiste en expresar indirectamente los sentimientos negativos en lugar de hacerlo abiertamente.

Esta violencia pasiva se ejerce generando culpa, descalificando, humillando o utilizando al otro indirectamente. Es muy difícil de detectar porque suele estar envuelta en buenas maneras. Y, al no ser explícita, escapa fácilmente al juicio público, generando la confusión de su víctima.

Todos hemos sentido estas agresiones silenciosas alguna vez en la vida. Son como dardos invisibles. De hecho, desafortunadamente, son muy frecuentes en el trabajo.

La agresión pasiva es una desconexión entre lo que el agresor dice y lo que hace, con el objetivo de hacer daño. Por ejemplo, podría parecer que el agresor pasivo está de acuerdo -tal vez, incluso, con entusiasmo- con lo que alguien le pide. Pero en lugar de cumplir lo solicitado, la manera de expresar su resentimiento es incumpliendo y mostrando además una actitud hostil y antipática.

En ese momento, hacerle ver lo que está sucediendo no hace sino empeorar la situación y propicia el estallido con expresiones como: ¡Caramba, ya te dije que lo voy a hacer! En realidad, detrás de esa actitud hay dolor, pero mezclado de orgullo y miedo que le impide expresar sus necesidades reales.

Por lo general, la violencia pasiva aparece en situaciones que involucran relaciones de poder o autoridad. Y es, precisamente, el poder el que impide la expresión de los sentimientos. Por eso, aparece una resignación artificiosa, que se traduce en violencia pasiva.

Ante estas situaciones, lo primero es reconocer que estás frente a una agresión pasiva. Sin embargo, es recomendable ignorar esa actitud y es mejor aparentar que no pasa nada. Deja que supere la “pataleta”. Terminará cansándose por no conseguir ninguna reacción y acabará volviendo para no sentirse solo. No caigas en la trampa de discutir o decir que se ha equivocado. Si lo haces, el pasivo agresivo se encerrará aún más en sí mismo. Dale tiempo.

En segundo lugar, es recomendable, mantener una cierta distancia. Cuando esto no es posible, reduce al mínimo el contacto con el agresor pasivo.
Más bien, cuando haya pasado la rabieta, explícale de manera calmada, sin acusaciones personales, expresando lo qué sientes cuando actúa de ese modo. Es importante tratar cara a cara los conflictos para que no originen este tipo de violencia. Eso no quiere decir que digas todo aquello que se te pase por la cabeza sin poner un filtro.

Simplemente, se trata de mejorar la habilidad para comunicar, clara y serenamente, todo aquello que no está bien. En conclusión, no lo vivas como un ataque personal, sino como una respuesta a su dolor mezclado con sus dificultades para expresarlo. Por eso, aunque te duela, mira a esa persona con compasión.

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