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BANCOS

Historia de la familia Rockefeller y el misterio de a cuánto asciende su fortuna

domingo, 17 de julio de 2022

Son los fundadores de gigantes del petróleo como ExxonMobil o Chevron e invirtieron en Apple cuando daba sus primeros pasos

Expansión - Madrid

La verdadera fortuna de los Rockefeller es el secreto mejor guardado en Estados Unidos desde la receta de la Coca-Cola. Mientras que hay quien la cifra en poco más de US$11.000 millones, otros cálculos hablan de medio billón de dólares si se tiene en cuenta las fundaciones benéficas que controla la familia, el patrimonio individual de cada uno y los fideicomisos establecidos hace décadas para garantizar la herencia de, a día de hoy, los cerca de 200 primos -entre la quinta, la sexta y la séptima generación- que viven de un legado centenario y de un origen un tanto turbio que la dinastía se ha esforzado por enterrar a base hacer donaciones millonarias. De hecho, a día de hoy, el apellido Rockefeller en Estados Unidos es sinónimo a partes iguales de poder y filantropía.

¿Qué compañías controlan los Rockefeller? Aparentemente, ninguna. Pese a ser los fundadores de gigantes del petróleo como ExxonMobil o Chevron, o haber sido los principales accionistas del banco JP Morgan Chase e invertido en Apple cuando la firma daba sus primeros pasos, la familia ha dejado claro a lo largo de estos años en qué sectores, como el petróleo, ya no invierten, pero no son tan transparentes a la hora de hablar de sus finanzas actuales.

Gracias a una denuncia presentada por una bisnieta del fundador del imperio contra el banco que gestionaba la fortuna, se sabe que existen diferentes vehículos que agrupan el patrimonio familiar, como un fideicomiso establecido a mediados de los años 30 que reparte dividendos a los actuales herederos pero al que no tienen acceso a título individual. Además, cada uno es libre de legar como quiera la fortuna que amase durante su vida.

De profesión, filántropo. Ese es el cargo que más abunda entre los Rockefeller, que también han hecho carrera en el mundo de la política, convirtiéndose por tanto en una de las familias más poderosas de Estados Unidos. Actualmente, John Davison Rockefeller IV es senador. Ha seguido los pasos de su tío Nelson, el único de los Rockefeller que ha llegado hasta la Casa Blanca -fue vicepresidente entre 1974 y 1977-.

Historia

A día de hoy, ningún miembro de la familia destaca por su papel como empresario o inversor. El éxito de la dinastía se debe, en su mayor parte, al primer John Davison Rockefeller. Aunque sus orígenes se remontan a la región alemana de Renania, nació a mediados del siglo XIX en Nueva York y levantó su imperio de la nada. Lo que cobraba como contable lo invertía en la Bolsa de Nueva York. Después, lo apostó todo al sector cafetero. Tuvo éxito y lo que ganó lo destinó a fundar su propia empresa en el pujante sector del petróleo. No exento de polémica y utilizando tácticas que más tarde serían prohibidas (como colusión de precios o bloqueo a la distribución de sus competidores para ahogarlos financieramente), logró hacerse con la mayoría de las refinerías del país, hasta controlar 90% de la producción de petróleo en EE.UU. Nació entonces la Standard Oil Trust, la mayor petrolera del país y, posiblemente, del mundo. Gracias a eso, Rockefeller se convirtió en el hombre más rico del planeta, desplazando por aquel entonces a los Rothschild, la familia europea que gobernaba el mundo a través de la banca.

A precios de hoy, su fortuna llegó a estar valorada en más de US$600.000 millones, más del doble de lo que hoy posee Elon Musk, la persona más rica del mundo, y prácticamente lo mismo que Musk, Jeff Bezos y Bill Gates juntos. Y para asegurarse de que su patrimonio sobrevivía a las próximas generaciones, no dudó a la hora de prácticamente desheredar a sus cinco hijas y traspasárselo todo a su único hijo: John Davison Rockefeller Jr.

Para entonces, Standard Oil había crecido tanto que se dividió en 30 sociedades, entre ellas algunas que han llegado al siglo XXI, como ExxonMobil y Chevron, dos de las petroleras más grandes del mundo. Su hijo se dedicó al sector de la banca y las inversiones, pero tras varios escándalos relacionados con sobornos a senadores, además de la mala prensa que ya arrastraba su padre, finalmente dimitió de todos sus cargos y se dedicó a limpiar el apellido Rockefeller a través de la filantropía, idea que heredó de su madre, Laura Celestia Spelman.

A medida que su marido levantaba un imperio a costa de la reputación familiar, ella dedicaba ingentes recursos a causas benéficas. Fue una conocida activista a favor de la abolición de la esclavitud. Su hijo siguió sus pasos y tuvo éxito con sus proyectos filantrópicos; su nuera, Abigail Greene Aldrich Rockefeller, fue clave como impulsora del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa). Más allá de sacar brillo al apellido de la familia, Junior también sentó las bases de los protocolos familiares para las siguientes generaciones.

Tercera y cuarta generación

Gracias a eso, sus seis hijos (cinco hombres y una mujer) heredaron su legado. A esta etapa al frente de los negocios de los Rockefeller se la conoce como la Era de los Seis.

Aunque en este grupo había un John Davison Rockefeller III, quien realmente se convirtió en el patriarca fue Laurance, un genio de las finanzas que gestionó la fortuna familiar y, a través de la constitución de una gestora de capital riesgo, apostó por compañías como Apple o Intel. Mientras, su hermano Nelson ascendía hasta la vicepresidencia de EE.UU. y Winthrop se convertía en gobernador de Arkansas. La tercera generación brilló con luz propia. David Rockefeller, fallecido en 2017, fue el último de los hermanos en fallecer. Además de presidir JPMorgan Chase, también se centró en mantener a salvo el legado familiar, organizando anualmente reuniones de todos los herederos, cada vez más desperdigados, pero siempre unidos a través de los fideicomisos.

Pese a esta época dorada, y con semejante exposición pública, los Rockefeller volvieron a ser el centro de innumerables polémicas, salvo Abby Rockefeller, que se mantuvo alejada de los focos y se centró en diferentes proyectos benéficos. Especialmente convulsa fue la vida de quien fuera vicepresidente de EE.UU.

Su popularidad tocó suelo tras ordenar al Ejército que asaltara por la fuerza la prisión estatal de Attica, donde se había producido un motín. La acción costó la vida de varios de los rehenes. Pero la verdadera polémica llegó tras su muerte. La familia informó de que había sufrido un infarto mientras trabajaba, pero la verdad no tardó en salir a la luz: falleció mientras mantenía relaciones sexuales con su secretaria. Ante el temor a que se descubriera la relación, la joven de 27 años tardó mucho en alertar de lo sucedido y los servicios médicos no pudieron reanimar al político.

Desde que la cuarta generación se hizo con las riendas de los fideicomisos, en la conocida como Era de los Primos, la familia ha optado, salvo excepciones, por una total opacidad y discreción que solo dejan de lado para abanderar causas benéficas. Los Rockefeller del siglo XXI no alardean de poder; sólo hablan de filantropía.

La última joya de la corona

Desde gestoras de capital riesgo hasta centros de investigación contra el cáncer. El apellido Rockefeller da nombre a institutos, escuelas, fundaciones, parques y jardines,... Pero si hay un activo emblemático es el Centro Rockefeller, en torno al que se ha edificado la principal zona de negocios y oficinas de Nueva York. Ocupa tres manzanas enteras entre la Quinta y la Sexta Avenida (epicentro comercial de la Gran Manzana) y cuenta con 19 edificios de uso comercial (incluyendo varios rascacielos). Promovido hace más de un siglo por los Rockefeller, invirtieron en su desarrollo compañías como General Electric, NBC, HSBC, General Motors, JP Morgan Chase y, evidentemente, las petroleras propiedad de la familia, como ExxonMobil y Chevron. Al igual que ha ocurrido con el resto de históricos de la dinastía, los Rockefeller ya no son dueños del complejo. El actual propietario es el magnate Jerry Speyer, que lo adquirió en el año 2000 por US$1.850 millones.

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