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EDITORIAL

La economía turca más allá del golpe de Estado

sábado, 16 de julio de 2016
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El mundo cierra una semana de cambio en las tendencias políticas que se suman al Brexit, Europa entra en una nueva-vieja etapa más que convulsiva.

Hace un par de años, el popular economista estadounidense, Jeffrey Sachs, escribía un ensayo titulado: “El por qué del éxito de Turquía”, en donde recogía los puntos clave del secreto económico de un país ubicado en una de las regiones más convulsas del siglo XIX. “Al oeste están Chipre y Grecia, países ambos en el epicentro de la crisis de la eurozona. Al sureste se encuentra Siria, un país desgarrado por una guerra que ya expulsó a casi 400.000 refugiados a Turquía. En el este están Irak e Irán. Y al noreste, Armenia y Georgia. Sería difícil hallar en todo el mundo un vecindario más complicado”. Pero a renglón seguido advertía que “los logros de Turquía son aún más notables cuando se piensa en su situación geográfica”.

Destacaba por ejemplo que su presidente, Recep Tayyip Erdogan, que llegó al poder en 2003, había concentrado las energías de su gobierno en unas verdaderas locomotoras para su necesaria inmersión en la modernidad: infraestructuras, educación, salud y tecnología. También destacaba los desarrollos de las universidades turcas y la identificación de verdaderos pilares de crecimiento como era el turismo, un renglón que mueve más de 36 millones de visitantes cada año. El país, que es puente entre Asia y Europa, aprovechó muy bien sus fortalezas de puente internacional y pretendió entrar a la Unión Europea, pero no recibió el beneplácito de Bruselas hasta que no evolucionaran las relaciones con los vecinos, pero sobre todo pusiera en su lugar democrático a los militares. Así pasaron las cosas desde los albores de 2000, situación que se cuñó con un crecimiento sostenido por encima de 5%. Era un país que se contaba como los mercados emergentes de mayor atractivo.

Todo era más cosmético que real. Y las palabras del nuevo ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, Boris Johnson, tenían mucho de verdad: “Había un joven en Ankara que era un extraordinario vagabundo, hasta que sembró avena salvaje con ayuda de una cabra, pero ni siquiera se detuvo a darle las gracias”, poema publicado en el que criticaba a Erdogan y por el que ganó un premio de US$1.500. El golpe militar de la tarde el ayer pone al descubierto que lo que muchos logros económicos tapan. De nada valía la pena haber crecido por encima del promedio mundial; haber recuperado la banca y haber convertido en un país exportador de empresas y nuevas tecnologías, si las fuerzas militares se aferran al poder tras las bambalinas de los logros de la economía de mercado. El acontecer mundial cierra una semana trepidante en la que se corrobora que no atravesamos un cambio de época sino una época de cambio.

Los hechos de Niza, Francia; el avance de las ideas de Trump en EE.UU.; el desgobierno en España; la salida de Gran Bretaña de la Unión, y ahora el golpe de Estado de Turquía hace pensar que la sociedad no avanza al ritmo que las mayorías necesitan para tener mayor bienestar.

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