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Arranca el séptimo mes del año en medio de la mayor incertidumbre vivida durante muchas décadas, pero al mismo tiempo comienzan unos días marcados por la verdadera nueva realidad
Llega el séptimo mes del año y el final de los períodos de gracia para pago de créditos de vivienda, acuerdos en arriendos, extensión de plazos para los impuestos prediales y de vehículos, y otras gabelas tributarias o alivios acordados por los mandatarios locales, regionales y el Gobierno Nacional, con el objetivo de ayudar a pasar sin mayores consecuencias económicas la cuarentena ocasionada por el covid-19.
En los primeros días de marzo pasado nadie creyó que la extraña situación fuera a extenderse más allá del primer trimestre, pero la complicación de las cosas han hecho que todos los primeros seis meses del año queden borrados bajo el nefasto manto del coronavirus que supera los 10 millones de contagios en todo el mundo y el medio millón de víctimas, donde se incluyen los casi 100.000 afectados en Colombia y los más de 3.000 muertos locales.
Pero las herencias de esta situación inédita aún no se han asumido en la sociedad: el miedo a las aglomeraciones; el adiós a las multitudes y el pánico al contacto físico, serán los protagonistas de una nueva realidad que cambiará la forma como se interactuará en las empresas, las oficinas, las universidades y los colegios. Ya en julio todo está más asimilado, las personas son mucho más conscientes de que las cosas cambiaron y son responsables de su propia seguridad (al menos eso es lo deseable), tiempo de cambio que se extenderá hasta las entradas de final de año, días en los que el imaginario colectivo empieza a soñar con un año nuevo distinto al vivido hasta ahora.
El asunto es que julio será el mes de quiebre que hará ver lejos en el tiempo el comienzo de la pandemia y lejos aún su día final; es una suerte estadística conocida como “punto de quiebre”, en el que la proporción de las observaciones pasadas sobre cómo serán las cosas en adelante se observa de manera distinta.
El mejoramiento de las condiciones económicas que dieron origen a las medidas de alivio no han llegado y quizá no volverán, incluso solo han empeorado con el paso de los días, pero esa es la nueva realidad. No es un “claro amanecer” ni “una luz al final del túnel”, es la realidad tal cual que ha tocado experimentar y salir de ella.
Abril y marzo ya quedaron atrás como los meses más malos de la historia económica reciente del país y no hay que volver atrás, pues no vale la pena en ahondar las causas de esa penosa situación dado que solo se encontrará al covid-19 como único responsable.
Si la cuarentena debe ser más o menos estricta debe ser una decisión personal; no se puede olvidar que la fase de aislamiento o cuarentena sólo era para que los profesionales médicos, las instituciones hospitalarias y los gobiernos se prepararan para atender la avalancha de casos, en ningún momento es la vacuna ni mucho menos un tratamiento; ahora ya entrado el segundo semestre la pelota está en terreno de juego de las personas -se ha pasado de lo general a lo particular- y el cuidado debe ser individual, eso sí, con la confianza de que si algo sucede en materia de contagios ya los gobiernos deben estar en capacidad de atender exitosamente a las personas involucradas, sin importar la cantidad.
Julio y agosto serán ocho semanas marcadas por la misma naturaleza de asimilación de la nueva realidad global y local, no será lo mismo para los meses del “bre” que tienen el aroma de fin de año, que según las cifras, serán mucho mejores.
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