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EDITORIAL

Gobernar para ejecutar, no por popularidad

sábado, 30 de junio de 2012
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La popularidad se ha convertido en una especie de enfermedad para los gobernantes ¡grave equivocación!

De qué vale tener alta popularidad, si la gestión como gobernante es deficiente o su rol de alcalde, gobernador o presidente está manchada por situaciones de corrupción o incapacidad de mejorar la vida de los colombianos? Durante la última década, los mandatarios locales, regionales y nacionales, se han metido en una peligrosa `danza de vanidades mediáticas` que los han desorientado de su verdadera función social, y más aún, de sus obligaciones con el electorado que los eligió.
Les importa más mostrar buenos índices de popularidad, buena posición en las encuestas y relevancia en los sondeos, así su gestión pública sea deficiente. En pocas palabras, trabajan para que los medios de comunicación resalten sus niveles de favorabilidad, más que sus verdaderas obras por el país, las ciudades o los departamentos. No siempre los gobernantes más populares son los mejores o están bien calificados, no hay una relación directa o exacta entre favorabilidad y gestión en la administración pública. El mejor ejemplo de esto es el caso del ex presidente peruano, Alejandro Toledo, quien gobernó con muy bajos niveles de popularidad que rondaban el 30%, pero sus resultados eran óptimos en el campo público, al punto que es el verdadero padre del `milagro peruano`.
Si un candidato logra buenos resultados electorales y se convierte en gobernante con amplio respaldo en las urnas, por lo general comienza con pie derecho en su gestión; y son las obras públicas las que construyen la transformación social para la cual fue elegido. Contrario a esta tesis, actúa un mandatario que se empeña en no gastarse el favor electoral, no hace nada impopular o que manche su carrera política y no toma las decisiones necesarias. Colombia tiene muchos problemas estructurales que necesitan actuaciones impopulares para solucionarlas. Las reformas educativas, las reformas tributarias, las reformas a la salud, las reformas a la justicia, entre otras, nunca serán bienvenidas ni fáciles de sacar a delante. Se necesita de gobernantes que piensen más en el país que en su popularidad.
El ex presidente Uribe gozó durante sus ocho años de mandato de altos niveles de popularidad, pero no se los gastó en transformaciones profundas que perduraran en el tiempo y lo trascendieran como presidente. A dos años de la actual administración, el presidente Santos debe jugarse su poca popularidad en verdaderos cambios sociales, políticos y económicos. Lo mismo deben hacer los alcaldes y gobernadores de las encuestas de favorabilidad: trabajar para su país, para sus ciudades y departamentos, no para amontonar niveles de favorabilidad que a la postre no sirven para nada si no realizan acciones concretas para cambiar a Colombia.

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