Quizá la palabra arancel no es la de este año, pero es casi seguro que sea la palabra de 2025. El pasado fin de semana, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, abonó lo que será el tono de las conversaciones con México, Canadá y China, cuando anunció que el primer día de su segunda presidencia, el próximo 20 de enero, impondrá nuevos aranceles a los productos de esos tres países.
La justificación reside en su lucha contra la inmigración ilegal y el tráfico de drogas, promesas de la campaña presidencial que consiguió sobrado el pasado 5 de noviembre. Es prematuro decir que es estrategia para negociar otras cosas, pero lo cierto es que los países amenazados han respondido de diferentes maneras. México ha dicho que para un arancel, hay otro arancel, al tiempo que se deben respetar los tratados.
Canadá ha exaltado que es el principal socio comercial de Estados Unidos, con más de US$700.000 millones anuales; y China, que nadie gana en las guerras de aranceles, pues así lo ha demostrado la historia. Son los tres socios comerciales de Estados Unidos, que a su vez busca reanimarse en su red industrial y manufacturera interna. No es accidental la primera arremetida arancelaria de Trump, ni ingenua por su parte, es una partitura que sigue al pie de la letra con el objetivo de ser el timón de las conversaciones comerciales.
En otras palabras, es apoderarse de la narrativa comercial global. Pocas semanas antes de ser entronizado como el nuevo mandatario americano, puso sobre la mesa de propuestas un gravamen permanente y para todos los países de 10%, lo que para los expertos en mercados internacionales sería destructivo con el sistema global de comercio.
Dicho arancel, que no se ha probado nunca antes en la historia de los países, actuaría como un “un anillo protector” para la industria y economía estadounidense, dicho en campaña por sus asesores más cercanos. Del arancel universal de 10% habló por primera vez durante una entrevista en la cadena Fox: “propongo un arancel automático de 10% a todos los bienes importados a EE.UU. desde otros países. Una cantidad enorme de dinero que podría servir para aligerar la deuda”.
Y no en vano su primer acto económico ha consistido en cazar una pelea prematura con sus tres principales socios comerciales para ir midiendo el terreno. El problema es que si ese es el tono con Canadá, México y China, las cosas con Colombia serían a otro precio, porque el actual Gobierno erradamente habla de renegociar el tratado de libre comercio vigente, dicho de otra manera, le daría el lado al gobierno estadounidense de negociar a su favor.
Pero las cosas no son tan fáciles, Joseph Stiglitz, en Project Syndicate, dijo en tiempo de las elecciones que los aranceles de Trump (un impuesto a los bienes importados) encarecerían todo para los estadounidenses, especialmente para los hogares de ingresos medios y bajos. Acción que iría en contravía de las promesas de campaña y de las expectativas de los estadounidenses.
De momento, lo más preocupante es que, “paso a paso, las grandes potencias están desmantelando un orden económico internacional que generó enormes ganancias sin precedentes durante muchas décadas mediante la integración comercial y la globalización”, en palabras del exministro sueco, Carl Bildt, que llama la atención sobre la tendencia política global de regresar a estados proteccionistas.