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ANALISTAS

El punto de quiebre de la formación profesional doctoral

jueves, 15 de mayo de 2014
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El Gobernador Sergio Fajardo,  recién comenzado su gobierno, preguntaba al otrora Director de Colciencias en Ruta N en 2012, Carlos Fonseca, sobre el quehacer de los doctorados en un país como Colombia. Cuestionamiento que tuvo respuesta tajante por parte del Director: “el gobierno colombiano tiene clara la política encaminada a la formación doctoral”, pero al parecer, no cómo engrana ésta a las actividades económicas del país. En este sentido, debe considerarse lo que implica la continuidad de la formación pos gradual (después del primer grado profesional), frente a las expectativas que desde diferentes escenarios se plantea, para que dicha educación sea provechosa, generosamente exitosa y, que efectivamente tienda a la formación como tal.

En Colombia, se ha hecho poco por separar el contenido del aforismo Doctor (coloquialmente aceptado), del formado en la academia y con merecimiento del título de Doctor en Filosofía (Phd). La confusión es tan alta, que aún hace carrera el colofón de Doctor, para identificar a aquel que tiene un cargo superior, sin estudios pos graduales, pero que logra alguna posición, incluso en el mundo académico. De allí que, es importante que efectivamente se profundice en la política estatal dirigida a impulsar la formación doctoral o posdoctoral, cuando aún se cree que esta sólo sirve para dar clase en maestrías o doctorados, y que poco trascienden en la realidad económica y productiva de las empresas del país o incluso en los campos vinculados a la actividad pública estatal.  

Si bien se ha hecho tácita la idea de convocar a los doctores formados en universidades extranjeras, no sólo es para hacer posible dicho proceso, sino realmente evaluar la capacidad investigativa de los doctores colombianos. A pesar de ello, se requiere mucho más impulso que una política atractiva, que no alcanza a meditarse con los propios grupos de investigación, para los que su quehacer no es conectado con la realidad nacional y, menos, con la regional o territorial. Doctores de qué tipo, para qué zonas, para qué propuestas e impactos, con resultados concretos y, con qué recursos o a través de qué fuentes operarían para tener más claridad y no crearle más costos de transacción o restricciones a quienes se encuentran ubicados en el sector de la investigación nacional.

La connotación del título termina siendo una de las denominaciones más desgastadas en diferentes escenarios. Más bien, vale la pena exigir a Colciencias y al Ministerio de Educación que acojan la idea de desplegar una política clara a la hora de promover la formación doctoral o posdoctoral sobre la base de que en ella efectivamente no aparezcan  “más doctores”, sino personas cuyas calidades académicas e investigativas, a la par que en iniciativas y propuestas, sean reconocidas por su labor y no sólo por la aprehensión de títulos. Es urgente que se plantee para el caso del país una especie de diversificación en formación, y que claramente, tanto en las  maestrías como en los doctorados, se haga un control efectivo de lo que implica formarse para la investigación, base de la formación doctoral en Phd. 

El punto de quiebre se haya en la carrera desmedida de acumular títulos o de presentar la suma de los mismos, y poco concatenar los propios con respecto a las actividades básicas que obligan el denominarse magíster, doctor o posdoctor, para los que la investigación es el medio para generar proyectos, generar conocimiento o volverse experto en un tema de carácter transversal. De ahí que la palabra profesional también está en serio debate. 

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