MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Parodiando al narrador de fútbol, vamos a hablar de Ciencia, “una de las dos cosas que más me gusta hacer en la vida”. Podríamos decir que la ciencia básica busca conocer o comprender los aspectos fundamentales de los diferentes fenómenos y hechos observables, sin ninguna aplicación en mente, mientras que la ciencia aplicada está más enfocada en hacer, producir y solucionar problemas. ¿Cuál de las dos necesita impulsar un país como Colombia? Las dos.
Nuestro analfabetismo científico nos ha llevado a pensar que lo urgente, en una sociedad como la nuestra, con escasos recursos para hacer investigación, es invertir en ciencia aplicada; la básica que la hagan los países desarrollados. Tal como lo plantea Marcelino Cereijido (Ciencia sin seso locura doble), en una brillante analogía. Necesitamos mandarinas pero somos tan pobres que no tenemos dinero para invertir en suelos, riego, semillas que nos den el fruto, pues solo necesitamos mandarinas. Las hojas, las raíces, el tronco, las ramas nos parecen basura. Pero no visualizamos que “la mandarina es un producto, un resultado final del proceso que es el árbol de mandarina”. Para dinamizar nuestra economía a todo nivel, es importante la inversión en investigación tanto básica como aplicada, que permita generar nuevas empresas de base tecnológica y sacar al mercado productos con valor agregado competitivos a nivel nacional e internacional.
Recordemos que las aplicaciones prácticas de la ciencia, que permiten mejorar nuestra calidad de vida, como los antibióticos, los anestésicos, la internet, los aviones, los celulares, provienen del conocimiento generado por la investigación básica. El prestigioso científico Francis Collins, director por nueve años del Proyecto Genoma Humano y actualmente presidente de los National Institutes of Health (NIH) de los Estados Unidos, escribió recientemente en la revista Science: “En estos tiempos de restricciones presupuestales, los estadounidenses deben saber que la investigación básica de hoy es el motor que impulsará los descubrimientos terapéuticos del futuro”.
Y qué mejor ejemplo que la PCR, una famosa técnica de la biología molecular, la cual permite amplificar un fragmento de DNA millones de veces. Su génesis se dio cuando dos microbiólogos aislaron una bacteria de los termales del Parque Nacional de Yellowstone, la Thermus aquaticus, que tiene la sorprendente capacidad de crecer a 100°C. Para ese entonces, dentro de la población muchos expresaron su descontento, pues mientras en el mundo mueren millones de personas por cáncer, alzheimer, parkinson, el gobierno de los Estados Unidos destina dinero público para que unos hippies se vayan a estudiar extravagancias al Yellowstone.
Y como suele ocurrir en ciencia, el conocimiento generado por algunos (ciencia básica) permite las aplicaciones prácticas de otros (ciencia aplicada). Kary Mullis, investigador de la compañía Cetus, inventó la reacción en cadena de la polimerasa o PCR; fue tan trascendental el hallazgo que la compañía Suiza pagó US$300 millones por la patente y Mullis recibió el premio Nobel. Gracias a la PCR hoy tenemos un mejor entendimiento y mejores tratamientos para combatir cáncer, alzheimer y parkinson. ¿Qué pensarán hoy aquellos amigos que exigían no desperdiciar los recursos públicos en investigación básica?
Así que decir, que lo que requiere un país como el nuestro es apoyar la investigación aplicada es una trampa; las dos son caras de la misma moneda. No existe ningún país desarrollado sin una ciencia básica fuerte. Volviendo a Francis Collins, “Cuando todo el mundo se hace en el mismo lado de un bote, por lo general este se hunde… si centramos las inversiones en una sola parte del proceso (ciencia aplicada), toda la empresa puede hundirse”.