Le tocó lavar calzoncillos, comer -literalmente- a las carreras, organizar las viandas, preparar los morrales, hacer las veces de reloj despertador, ensayar de mecánico...
Pero también de cocinera, de representante de motociclistas, de masajista, de organizadora de los road book (diagrama con coordenadas para navegar por terrenos inciertos), de asistente en los briefings (reuniones técnicas) y, lo que fue peor para ella, disponer de solo dos minutos por día -en las últimas dos semanas- para bañarse.
"Es que una carreta como el rali Dakar trae demasiadas cosas que no puedes dejar pasar por alto: alimentación, hidratación, asistencias, estar pendiente de los horarios de salida, que estén aliviados, hacer masajes... En fin, muchas cosas que si no tienes alguien que te colabore es bastante difícil cumplir con la carrera y su día a día".
Así lo relata Liliana Sanín Santamaría, una antioqueña de esas "echadas pa’lante", aventurera y con deseos de experimentar el deporte de gran calado, como justamente el Dakar por Suramérica que acaba de terminar y en el que su compañero sentimental Marco Saldarriaga fue uno de los seis colombianos que terminaron la dura prueba de 8.500 kilómetros de recorrido (Perú-Chile-Argentina-Chile).
Diseñadora industrial de la UPB con especialización en Mercadeo; coordinadora de Transferencia (convenios entre empresas y la U de ese claustro) y profesora de Diseño Industrial se le midió al reto de Dakar consciente de que si iba le tocaría hacer de todo.
"Toda la vida me han encantado las motos y he estado muy metida en ese mundo. Cuando conocí a Marco fue precisamente montando en moto y fue así como, desde eso he estado más inmersa en todo este cuento. Cuando corría rali en Colombia siempre lo acompañé y por esto conocemos prácticamente todo Colombia".
Y aunque no es nada divertido vivir con la arena pegada al cuerpo, dormir en carpas con colchón al piso, soportar las cambiantes temperaturas del desierto, la ida al baño público, las duchas con agua helada que la más larga dura dos minutos, madrugar todos los días a las 4 de la mañana, no tener espejos para "el maquillaje" es una rutina bastante pesada para una mujer que no deja de ser un cambio drástico.
"Hice cosas que nunca en mi vida había hecho: aprendí a hacer masajes, he lavado ropa y debo confesar que sólo sé hacerlo en lavadora; pero me tocó así sea dar una medio juagadita a algunos trapos porque ya apestaban". Y aparte de soportar olores "malucos" -sudor, gasolina, aceite, gente que no se baña-, Liliana -una de las pocas mujeres en Dakar- se convirtió, en el ángel guardián y todera no solo de Marco sino de quien le solicitara alguna ayuda.
"Experiencias sobran... ver mujeres europeas bañándose en bola y frente a todo mundo sin ese pudor que guardamos las latinas; soportar olores nauseabundos de algunos pilotos y organizadores, vivir a plenitud el paso por los desiertos, las dunas; ser parte de los espectaculares biouvac -campamentos-, los montajes de la caravana y la televisión, los gigantescos comedores comunales sin límite de comida, el Medical Center con médicos 24 horas, la tienda del Dakar, pero lo mejor de todo la convivencia, todos estamos en el mismo cuento, hay mucho respeto, se ayuda la gente mutuamente -desde que se pueda-... Todo, realmente, una maravillosa experiencia".
