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La reputación de Juan Gabriel Vásquez tiene sus manías

domingo, 21 de abril de 2013
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Colprensa

Cuando Juan Gabriel Vásquez escribe se vuelve maniático. Absoluto. Organiza la página de su procesador de textos al tamaño del libro. Pide las márgenes, el tipo de letra, el tamaño. "Llego a hacer cosas muy locas", como quitar diálogos o, intentarlo, para que la página donde termina un capítulo llegue a la mitad y, no al final. "Cuando un capítulo termina al final, para mí es como si no terminara, como si algo raro fuera a pasar".

 Página 53. 16 líneas. A la 17 le queda una palabra para quedar justificada en la margen derecha. El resto de la página está blanca Vacía. Sin letras. Termina el capítulo uno. Página 99. 14 líneas. El resto de la página, en blanco. Termina el capítulo dos. Página 139. Seis líneas. Lo demás, vacío. Fin. 
 
"Tengo esas manías, que vienen de lo que a mí me gusta como lector". 
 
Ya pasaron dos años desde El ruido de las cosas al caer y el premio Alfaguara. Las reputaciones, la nueva novela de Juan Gabriel, se terminó de imprimir en abril de 2013. Este mes. Una novela corta, en la que Javier Mallarino, su personaje, su invento, que es el caricaturista político más influyente del país, lo lleva a esos temas que están ahí, siempre, acompañando sus manías (o al revés): la memoria y el pasado. 
 
Al final hay una aclaración: "Las reputaciones es una obra de ficción". ¿Por qué? 
"Porque la peripecia central de Las reputaciones es completamente ficticia, evidentemente, pero el caricaturista está construido con rasgos y anécdotas que pertenecen a vidas de otros, supongo que como hago todos mis personajes. 
 
Lo que pasa es que esta vez sentí las ganas de dejar constancia de eso, porque en un par de casos, el de Vladdo y el de Andrés Rábago (El roto), se sentaron a hablar conmigo y me dieron información de una manera provocada. De otros, como Héctor Osuna y Antonio Caballero, les quité cosas de su vida y de su personalidad. Lo que no quería es que nadie fuera a pensar que Las reputaciones es una novela en clave o que Mallarino hiciera alusión a otro personaje de la realidad colombiana cuando es, como otros personajes de ficción, un coctel de muchas cosas". 
 
¿Por qué un caricaturista, y no un columnista, que es más cercano a usted? 
"Mis libros nunca nacen de temas abstractos. No empecé pensando en hacer un libro que reflexionara sobre la relación que tenemos con la opinión de la prensa, ni pensé en hacer un libro que fuera un examen del poder que tenemos sobre la reputación ajena. Esas fueron cosas que fui descubriendo a medida que escribía el libro. Mis libros siempre nacen de algo muy concreto, en este caso un caricaturista que va por el centro pensando en Ricardo Rendón. Todo lo demás vino después". 
 
¿La novela reflexiona, se vuelve crítica, con lo que puede causar una opinión? 
"Yo he sido columnista en los últimos cinco años y me he dado cuenta de esa relación tan rara que tenemos con las columnas de opinión. En algún momento el narrador dice que la sección de opinión de un periódico colombiano es como el diván colectivo de un gran país largamente enfermo. Y es algo que yo veo. Tenemos una relación tensa y un poco malsana con la opinión. Una relación hostil y eso me interesa muchísimo. También de ahí salió la relación que tienen quienes hacen opinión con el mundo. La capacidad de influencia que tienen cuando los lectores se lo otorgan, como pasa en Colombia". 
 
¿Cómo le ha ido con la reputación siendo columnista de opinión y escritor? 
"Una de las cosas en las que pensé con cierta dedicación es esa esquizofrenia tan rara que tiene el columnista de opinión. No hay dos maneras tan distintas de ver el mundo como la del novelista y el columnista. Básicamente porque el columnista es alguien que siempre parte de una certeza, tiene una idea de la cual está absolutamente convencido y quiere convencer a los demás. En cambio el novelista está dudando. Escribe justamente porque no sabe, no conoce, ignora. Las novelas, por lo menos como las practico yo, son siempre una manera de averiguar algo. Son dos éticas, casi, muy distintas, y eso de dedicar una novela, que es una máquina de la incertidumbre, a explorar un personaje que es todo lo contrario, me pareció curioso". 
 
¿Lo que hace la novela es preguntar, no responder? 
"Yo creo en eso. La función de la novela, como decía Chéjov, y de la literatura en general, no es dar respuestas, sino hacer preguntas, y en general yo siempre he desconfiado de las novelas que tratan de despreocuparnos, de decirnos que la realidad es mucho más simple. Lo que hace un Paulo Coelho. La novela es todo lo contrario, dice que la realidad es mucho más compleja y que para muchas de las situaciones más interesantes, no hay una verdad clara y definida. La novela está permitiéndonos ese terreno donde uno puede pensar las cosas con ambigüedad y sin maniqueísmos". 
 
¿Hay personas del país que son así como Mallarino: lo aclaman, pero en el fondo no los quieren porque dicen la verdad? 
"En el país hay mucha gente a la que aprecio y admiro porque ha decidido decir la verdad, aunque sabe que eso los convierte en personas impopulares, que incluso ponen en riesgo su vida. La impopularidad es algo que aprendí. Nadie puede ser columnista si quiere recibir palmaditas en la espalda todo el tiempo. Ese es el descubrimiento que hace un columnista. Si nadie lo ataca y lo insulta, se está equivocando con su trabajo. El verdadero columnista es el que recibe ataques e incluso puede que disfrute con ellos". 
 
¿Usted disfruta con ellos? 
"A mí me preocupa cuando no pasa, porque creo que en parte el trabajo del columnista es el de aguar la fiesta, el de decir ‘las cosas no están tan bien como ustedes creen’ o de revelar verdades que sean impopulares. En este país las tendencias están muy marcadas hacia los fanatismos de todo tipo, político y religioso, entonces decir ciertas cosas es exponerse a los ataques, pero hay que decirlas". 
 
¿Es un viajero convulsivo, pero ahora regresó a Colombia. Tal vez eso cambie su manera de mirar el país? 
"Yo también me pregunto cómo va afectar esto mis libros, pero hasta ahora la experiencia ha sido muy importante, porque cuando empecé a escribir obsesivamente sobre Colombia, que fue con Los informantes, un libro que inicié en 2002, y desde ahí, hasta agosto del año pasado, escribí exclusivamente sobre Colombia y la política colombiana desde el otro lado del océano. Eso me generó problemas y retos interesantes. Ahora Las reputaciones es mi primera novela que he escrito mayoritariamente en Colombia, es decir, pudiendo coger un taxi para irme al centro de Bogotá si necesito confirmar 15 veces el parque Santander. Tener mis materiales y mis escenarios a la mano ha sido una experiencia muy distinta y muy rara. Ahora, que haya llegado a Colombia no significa que deje de moverme. Ya tengo, para bien o para o mal, varios viajes planeados. No sé cómo quedarme quieto". 
 
¿Por qué ese interés por el pasado y la memoria? 
"Creo que eso responde a un descubrimiento que hice hace 20 años. Para mí fue tan fascinante como puede ser para un niño descubrir que la gente se muere. Descubrí que el pasado está constantemente moviéndose, que puede cambiar, que descubrimos algo nuevo y de repente todo lo que sabemos y creemos con certeza, comienza a ponerse en tela de juicio y a modificarse. Esa idea de que no tenemos ninguna certidumbre sobre lo que pasó. Eso me pareció fascinante. Yo trabajo con una frase de Faulkner: el pasado no está muerto, ni siquiera ha pasado. El pasado está con nosotros, nos acompaña. Ese es un tema que me ha preocupado mucho y por eso escribo sobre él". 
 

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