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La nieta del expresidente Salvador Allende desentierra sus recuerdos

domingo, 11 de octubre de 2015
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Colprensa

De eso vino a enterarse ella, en 2008, cuando tomó la decisión de realizar un retrato íntimo de su abuelo, regresar a su natal Chile y cerrar por un buen tiempo la que había sido su residencia en México, país al que había llegado exiliada con sus padres huyendo de la persecución de la dictadura.

Para entonces tenía solo 2 años y en su mente unas imágenes difusas en las que aparece en brazos de un hombre de bigotes profusos y anteojos de marco negro que se había convertido en el primer presidente de izquierda en ser elegido democráticamente en América Latina.

Marcia estaba convencida de que había llegado la hora de que su familia exhumara, por fin, los recuerdos de ese pasado doloroso. De que se sacudiera la sangre seca que quedaba aún de la jornada de terror de ese 11 de septiembre de 1973 cuando aviones Hawker Hunter de las Fuerzas Armadas bombardearon el Palacio de la Moneda y pusieron fin a la vida del médico y sus 1043 días de gobierno socialista.

“De esa necesidad personal de conocer a mi abuelo y de redescubrirlo para mi propia familia, más no de mitificarlo, —cuenta Marcia—, nació el proyecto de hacer un documental. En mi exilio entendí además que existía otra gran motivación y tiene que ver con que el recuerdo del ex líder de la Unidad Popular no nos pertenecía solo a nosotros, los Allende, sino a toda una generación”, se le escucha decir a esta bióloga de 44 años.

Su trabajo consistiría entonces en retratar a una familia sin memoria. Sin recuerdos. Y no solo porque no hubiese quedado rastro alguno de los álbumes familiares. “Ninguno en la familia quería involucrarse, contar, abrirse cuando comencé a investigar. Era como una especie de acuerdo silencioso. Y yo quería entender sus razones. Todos nos habíamos encargado en estos 40 años de difundir por el mundo el legado político de mi abuelo, su pensamiento, pero de puertas para adentro, en nuestra intimidad, no se hablaba nada de él como padre, como abuelo, como el ser humano complejo que era. Cada uno cargaba con unas heridas que no habían sanado o que quizás no queríamos que sanaran”.

La idea terminó de tomar forma mientras Marcia cursaba una especialización en Londres. Por esos días llegaría a sus manos un ejemplar de ‘La piel del tambor’, novela de Arturo Pérez-Reverte que la dejó frente al drama de Macarena Bruner, una aristócrata sevillana que intenta evitar a toda costa el derrumbe de la iglesia donde permanecía enterrada su familia. Una estirpe de la que ella conocía su historia y sus secretos.

“Cuando llegué a la página final de ese libro la sensación que me embargó es que yo no conocía realmente a mi abuelo. No había leído ni siquiera una biografía suya. Nada. A él lo conocí de niña por afiches, mientras vivía en el exilio en el D.F. Pero siempre había sido una imagen fija. Ese día pensé también en algo que me sobrecogió: ni siquiera con mi hermano había llegado a hablar sobre él. Era como si los dos nos hubiéramos negado a tener una identidad familiar”.

Marcia entonces se sentía llamada a lograr algo parecido a la protagonista de aquel libro. Por eso se dedicó varios meses a estudiar guión y cine documental por internet para pulir lo que al cabo de siete años se convertiría en ‘Allende, mi abuelo Allende’, documental que este año arrancó aplausos en el Festival de Cine de San Sebastián y fue reconocido en el Festival de Cine de Cannes con el premio Fipresci, que entrega la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica. En noviembre próximo se sabrá si triunfa en los Premios Fénix del Cine Iberoamericano, en los que también está nominado.

El hombre detrás del mito

El reto mayor, claro, consistía en recopilar eso que la dictadura había querido eliminar de tajo: las imágenes familiares. Marcia tuvo que dedicarse los primeros años de su investigación a ‘asaltar’ con paciencia los armarios y cajones de su abuela, de su madre —la senadora socialista Isabella Allende Bussi— y los de sus primos en busca de alguna vieja fotografía olvidada.

Y las halló: Allende rodeado de niños en un cumpleaños infantil. Allende durmiendo la siesta en un salón de su casa. Allende, en la playa, luciendo un cuerpo todavía esbelto. Allende navegando en un velero en el balneario de Algarrobo. Allende en un archivo fílmico de 1943 junto a varios de sus amigos. Allende sosteniendo en brazos y sin camisa, orgulloso y feliz, a una nena de nariz respingadita que sonríe en su regazo. Era Marcia Tambutti recién nacida. Y él era, pues, ese abuelo al que todos en casa llamaban ‘Chicho’ y que la dictadura le había arrebatado hacía más de cuatro décadas.

El reto que seguía era convencer a los suyos de que valía la pena hablar frente a las cámaras y confrontarse con sus propios recuerdos.

Con la muerte. Y eso no era fácil. Porque los Allende no solo han tenido que cargar el pesado recuerdo de un expresidente que puso fin a su vida con una escopeta en medio del golpe. Debieron soportar también el suicidio de la Tati, hija de Salvador Allende, asesora privada durante su gobierno. Ocurrió en 1977, cuando apenas tenía 34 años. Tras el golpe se había marchado a Cuba y hasta allá la persiguió una profunda depresión.

Igual suerte correrían Laura Allende, hermana del presidente, en 1981, que acosada por un cáncer terminal y después de que el régimen de Pinochet le impidiera regresar a morir a su país, decidió saltar por una ventana. Y, en pleno rodaje del documental, Gonzalo, de 45 años, hermano de Marcia y nieto favorito de Allende, también acosado por la depresión tras la muerte de su esposa, puso fin a su vida.

A pesar del dolor de tantos duelos, Marcia al final logró 32 entrevistas. Todos, testimonios inéditos. Entre ellos, y quizá el más significativo, el de Hortencia Bussi —‘Tencha’, como le decían cariñosamente en la familia—; la abuela nonagenaria que moriría en 2009 después de haber desempolvado para su nieta, con gran dificultad, los recuerdos del esposo, del líder y del presidente que telefoneó a su casa ese 11 de septiembre para tranquilizarla, cuando aún no habían comenzado las llamas caóticas del Palacio de la Moneda, seguro de que el Ejército chileno estaría de su lado.

—Abuela, ¿cuando alguien se enfermaba en la casa ‘el Chicho’ los cuidaba como doctor?

—No, nunca.

—¿Era muy coqueto el abuelo?

—¡Uff! Le encantaba flirtear.

Es que Salvador Allende no fue el revolucionario típico. Creía profundamente en el socialismo, pero quienes lo conocieron y hablaron para su nieta lo evocan como vanidoso, coqueto y sibarita. Le encantaban las mujeres, seducía con facilidad y tuvo varias relaciones extramaritales, entre ellas una con Miria Contreras, ‘la Payita’, su leal secretaria en La Moneda.

El ex senador José Antonio Viera-Gallo contó que alguna vez, antes de comenzar una reunión ministerial, Allende lo miró de arriba a abajo y lo despojó de una chaqueta de gamuza. “Aquí nadie se viste mejor que el presidente”, le dijo, y se la cambió por la suya.

“Sin desearlo —reflexiona Marcia Tambutti— mi abuelo nos abrió una puerta que nos ayudó a entender la vida”.

Y cree que la mejor recompensa la escuchó de labios de Carmen, su tía, que después de la proyección familiar del documental, le susurró en medio de un abrazo de lágrimas calladas: “Gracias, nos has devuelto nuestra infancia”.

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