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Mario Vargas Llosa está visiblemente incómodo con lo que se podría llamar la democratización de la cultura, y presenta una radiografía del fenómeno a base de argumentos, reflexiones y ejemplos, para que sus lectores compartan dicha incomodidad.
Diagnostica que el concepto de cultura se ha esfumado, en su apertura a las grandes masas por la vía del entretenimiento. Las expresiones de la cultura, como él solía conocerlas, propiciaban la toma de conciencia frente a la realidad social y política. Pero el signo de la cultura se ha invertido, y hoy se limita a una función anestesiante. Con expresiones despojadas de la intención de trascender, fabricadas solo para ser consumidas al instante. Es lo que se lee en las 226 páginas de La civilización del espectáculo (Alfaguara 2012), su más reciente libro tras la concesión del Premio Nobel de Literatura en 2010. Y aunque aclare que no busca abultar el elevado número de interpretaciones sobre la cultura contemporánea, al final termina siendo justamente eso: otro retrato crítico de nuestra época.
Uno con un evidente sesgo, que se puede sobresimplificar en la conservadora convicción popular de que ‘todo tiempo pasado fue mejor’. “.. ya nadie es culto si todos creen serlo o si el contenido de lo que llamamos cultura ha sido depravado de tal modo que todos puedan justificadamente creer que lo son”, escribe y denuncia Vargas Llosa, a quien uno puede imaginar muy afectado por que hoy se lean más tweets que libros.
Sin embargo, este retrato crítico de la contemporaneidad resulta ser uno imprescindible. Quizá de los más certeros y completos. Concilia el pulso académico con una prosa ágil. Hace un recuento de los principales intentos de descripción de la cultura, y cómo han estado mediados por los momentos históricos. Desde T.S. Eliot hasta Frédéric Martel. Y lo peor de todo es que logra contagiar su incomodidad. Porque todo apunta a que no hay posible rescate para la cultura, y seguirá desapareciendo bajo los engañosos disfraces del internet, la TV, y sí, los periódicos.
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