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Ataque a la memoria y defensa de la prostitución, en el Hay Festival

miércoles, 5 de febrero de 2014
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Ni el olvido ni la prostitución ni la pornografía son tan malos como los pintan, según las ideas de dos autores que la polémica sacó a flote, en medio del mar de palabras que se dijeron en los cuatro días de la novena edición del Hay Festival en Cartagena.

Resulta improbable que se ubiquen en una misma categoría, pero la francesa Virginie Despentes y el estadounidense David Rieff tuvieron algo en común en sus participaciones. Le subieron el tono a la fiesta literaria con planteamientos disruptivos, por momentos chocantes, que evitaron que el evento declinara a una sesión más de la sociedad de las mutuas alabanzas.

Rieff presentó ‘Contra la memoria’. Libro especialmente relevante, aunque “moralmente peligroso”, en momentos en que Colombia se acerca a un final negociado de un conflicto que suma más de 50 años, 70.000 muertos y tres millones de desplazados internos, según cifras de Amnistía Internacional.

Y Despentes habló sobre sus libros ‘Fóllame’ y la ‘Teoría King Kong’. Analizó la universalidad de las denuncias que tejen su obra, los feminicidios, las violaciones, las máscaras morales y consumistas de los verdugos de las mujeres, aquí y allá. Un problema que lleva mucho más de 50 años dejando huella en Colombia.

A favor del porno: despentes
Diva destroy punk. Así es como describen a la escritora y directora de cine Virginie Despentes en los perfiles en la web. Ella, que trabajó como prostituta y se declaró lesbiana a los 35 años, dice que en su país se tiene mucho respeto por la tradición de los autores malditos, y reconoce a Bukowski como referencia. “La eficacia de la lengua de las calles, del argot, es muy fuerte para transmitir ideas. El problema es que es muy difícil de traducir. Tiene un sonido particular, difícil de pasar de un idioma a otro”, dijo en su charla con Guadalupe Nettel, en la que mencionó al colombiano Santiago Gamboa entre los autores que hoy sigue.

Su primera novela, ‘Fóllame’ (1998), es la historia de una brutal violación que conduce a la víctima a un sanguinario embate anarquista. Comienza con un par de compañeras de cuarto viendo porno. Virginie la adaptó al cine. La carga de violencia y sexo en pantalla provocó que la censuraran en varios países, y que ella tuviera que responder muchas preguntas sobre su visión de la pornografía y la prostitución, en muchas entrevistas. Ideas que coagularon en el ensayo ‘Teoría King Kong’ (2007)

“La prostitución es mucho más honorable y menos sucia que hacer publicidad”, es una de sus frases. Aclara que habla de las relaciones consentidas, de las mujeres que lo eligen como oficio, no de las que son sacadas de sus países para ser explotadas y esclavizadas. “En la prostitución consentida se manejan horarios, se organizan clientes. En dos días puedes ganar el salario promedio que otros hacen en un mes. Y eso es mucha motivación”.

Ella misma creía que la prostitución era para fracasadas, “pobres diablas, pero encontré niñas mucho más cultas e interesantes que yo. Hay que aprender cosas si quieres ser una buena prostituta. El trabajo en sí no es exactamente lo que pensamos, que es solo por sobrevivir. Es un trabajo y puede ser gratificante”. Lo cual, dice, depende de la relación con el cliente.

“Un hombre que se desviste ante ti no puede ser tu superior jerárquico, como lo es en un supermercado”.

Otro tabú blanco de sus ataques son las reservas morales frente a la pornografía. “Es solo un cinema especializado, como el cine de policías, que representa una realidad. Un tipo de cine específico, porque no se puede hacer cualquier cosa. Requiere dinero mostrar otros tipos de sexualidad”. En su opinión, la prohibición es lo que le añade encanto a estos temas, lo que despierta morbo y los hace entretenidos para muchos. “Hay gente que quiere hacer porno, y gente que quiere mirar. Si se mirara así, no sería tan grave”.

Su visión sobre la violencia de género tampoco es convencional. Virginie se reconoce feminista, pero afirma categóricamente que “la violencia nunca debería ser utilizada por una mujer”.

Advierte que en Francia y Europa ahora hay muchos modelos en común con EE.UU., un renovado auge de cirugías estéticas, presión sobre las víctimas de ataques y señalamientos de que las mujeres provocan esas actitudes. “Hace 2 años en Francia no se podía llevar minifalda. Hay mucha presión, que debes ser flaca, linda, joven. Un bombardeo. Un regreso al pasado”.

Critica que se haya extendido la idea de que “los hombres jamás pueden ser 100% responsables de su decisión”, y rescata el valor de un término empleado en Latinoamérica: feminicidio.

“Es realmente importante la palabra, porque es político cada vez que se mata a una mujer en la calle. Cada una siente que la pueden matar. Por eso me interesa feminicidio, indica que no es normal”.

Aunque las protagonistas de sus historias sean íconos de furia femenina llevada a los límites, sostiene que “si una mujer prevé utilizar la misma violencia que un hombre, nos castigan 10 veces más. No me gustaría que las mujeres anden con cuchillas y matando, lo que sería mejor es hacer reflexionar a los hombres sobre la violencia que ejercen”.

A favor del olvido: Rieff
El pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla, repiten muchos. Pero el politólogo y periodista David Rieff, testigo de un par de guerras, cree que para los pueblos en conflicto la verdadera condena es la incapacidad de olvidar, de deshacerse de recuerdos y rencores que los confinan a una “guerra perpetua”, una eterna repetición del ciclo victimario-víctima-victimario.

“No creo que se deba hacer de la memoria un gesto sagrado en política”. Eso dijo el estadounidense al comenzar su charla con Héctor Abad Faciolince, colombiano autor de ‘El olvido que seremos’ (2005), obra en honor a la memoria de su padre asesinado.

Abad leyó una frase que deshace la paradoja entre los dos. “Sin olvido seríamos inconsolables”, concluye el libro ‘Contra la memoria’ (2012), de Rieff.

Colombia se debate hoy sobre cuánto ceder, en términos de justicia, con el fin de alcanzar la reconciliación. Algunos claman por que los miembros de la guerrilla de las Farc paguen con cárcel por cada muerte y secuestro en un conflicto de medio siglo. Muchos otros tienen claro que es necesario hacer concesiones para garantizar que los miembros de ese grupo se reintegren a la sociedad civil, y ayuden a construir un país en paz desde otros escenarios.

 “Tienes que hacer una decisión: paz o justicia. No en todos los casos van de la mano”. El principal argumento de Rieff en su diatriba contra los recuerdos es que no existe eso que se suele denominar “memoria colectiva”, puesto que se trata de un punto de vista sobre lo acontecido, que refleja una ideología política. “La memoria es una cosa personal y es mortal”.

Solo existen memorias individuales (pues cada quien recuerda cosas distintas de cada hecho), y no deberían obstaculizar una resolución pacífica que apunta a beneficiar a toda una nación.

Solo cuando se gana una guerra totalmente, el vencedor puede imponer “una idea de memoria. Una historia. Memoria colectiva. Pero la mayoría de guerras no terminan así”.

Un desafío a los conceptos de verdad, justicia y reparación, pues tampoco cree que la “verdad sea un bueno absoluto. A veces sí, a veces no”. Advierte que al definir una “verdad general”, la ideología predominante “se queda con lo que le gusta y mantienen en silencio lo que no le gusta”.

Se basa en el caso de Bosnia. “Nadie ganó esa guerra. Hay partes del país dominadas por serbios, croatas, bosniak, y no están de acuerdo sobre lo que pasó. Cada grupo tiene sus memorias –inventadas-, su discurso”. Cita el Pacto del Olvido en España, en que cada movimiento tenía sus “demonios” pero ninguno iba a tratar de imponer su memoria. “Puedo mencionar muchos casos en que la víctima de hoy es el matador de mañana”. Por ejemplo, menciona la lucha extendida por siglos en Irlanda, en la que se hizo necesario olvidar. O, al menos, reconocer que los católicos tendrían sus propias memorias y los protestantes, las suyas.

Las memorias de las sociedades cambian y mueren con ellas, por lo que le parece una “forma de vanidad, de narcisismo”, tratar de hacerlas trascender y prevalecer por encima de otras.

 “Recordar es considerado moral. Olvidar, inmoral. Creo que la memoria es nociva, y que el olvido sería mucho mejor”, dice. Esto no significa que las generaciones posteriores no tengan derecho de saber lo que pasó, pero sí, que es necesario decidir qué hacer con la información.

“La memoria no es cosa sagrada. En cada caso, debemos preguntarnos si es mejor recordar u olvidar. Tener libertad de decidir en qué momento no recordar”. Aunque no se refirió concretamente a Colombia, sus ideas son fácilmente interpretables en el contexto nacional. Llámese guerrilla o el grupo que sea, también tiene sus víctimas; nombres que recuerdan cada año y por los que no vale la pena seguir matándose. “Si no hay control sobre cuando podemos dejar atrás esas memorias, y crees que tienen naturaleza sagrada, hablaríamos de guerras perpetuas”.

Una visión que parece radical, pues reconoce que está atravesada por una realidad difícil de digerir: “olvidar es sacrificar la justicia”. Argumenta que es necesario solo en casos específicos, pues admite que sería un error hacer de un país un modelo para el mundo. “No quiero establecer un partido político antimemorialista. Si quieres recordar, bien”.

Algunos miembros del público del Hay Festival aplaudieron, otros no. Pero fue imposible que las ideas no quedaran rondando en las cabezas de todos, listas para revivir en discusiones posteriores. Al final, con una idea sencilla pero potente, Rieff resumió su convicción de que se debe legitimar el derecho a olvidar: “prefiero la paz a la justicia”.

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