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El flujo de juguetes, ropa, electrodomésticos y autos fabricados en China creció a tal velocidad que terminó por desmantelar industrias enteras
El flujo de juguetes, ropa, electrodomésticos y autos fabricados en China creció a tal velocidad que terminó por desmantelar industrias enteras
Hace veinte años, Occidente vivió lo que luego se conocería como el primer “choque chino”. Empresas de Estados Unidos y Europa trasladaron masivamente su producción a China, hasta convertir al país asiático en la gran fábrica del mundo. El flujo de juguetes, ropa, electrodomésticos y autos fabricados en China creció a tal velocidad que terminó por desmantelar industrias enteras. Cerraron plantas y desaparecieron cientos de miles de empleo.
Hoy empieza a tomar forma un segundo choque chino, muy distinto al primero. Excluida del mercado estadounidense por los aranceles y con una demanda interna insuficiente, China está redireccionando un volumen creciente de sus exportaciones hacia economías en desarrollo. En paralelo, está instalando sus propias fábricas en varios de estos países.
Según reportó The New York Times, a diferencia del primer episodio esta nueva ola ocurre en naciones con menor capacidad para influir en la manera en que se despliega. Y, a diferencia de las economías avanzadas, estos países dependen aún más de la manufactura para sostener su crecimiento.
Por eso las consecuencias sociales de este segundo choque podrían ser igual de profundas. Y ya empiezan a aparecer señales, por ejemplo, en Indonesia, se estima que más de 300.000 trabajadores de la industria textil y de confección han perdido su empleo por la llegada de productos chinos más baratos. En la ciudad de Solo, el cierre repentino de una fábrica dejó a 10.000 personas sin trabajo en cuestión de horas.
La presión también se siente en Tailandia, donde el banco central ha alertado por la “inundación” de exportaciones chinas, alimentada por la capacidad industrial excedente del país asiático. En África, las importaciones provenientes de China rozaron los US$60.000 millones en septiembre, superando ya los niveles de todo 2024.
Datos oficiales publicados esta semana confirmaron otra señal inquietante: China superó por primera vez US$1 billón en superávit comercial anual. “Las exportaciones chinas crecen tres veces más rápido que el comercio global”, recordó Brad Setser, economista del Consejo de Relaciones Exteriores a The New York Times. Ese ritmo, advirtió, inevitablemente implica el cierre de fábricas en otros países.
Pero esta vez el fenómeno va más allá de los productos baratos, pues China también está exportando sus propias fábricas, en muchos casos para sortear los aranceles impuestos por la administración Trump. Esta estrategia ha beneficiado a algunos países, como Vietnam, donde sectores intensivos en mano de obra encontraron un espacio para crecer.
Sin embargo, otros casos muestran los riesgos. En Malasia, la industria solar local fue sobrepasada por gigantes chinos que instalaron plantas masivas y crearon miles de empleos. Cuando Estados Unidos aplicó aranceles dirigidos específicamente a los paneles solares chinos fabricados desde el sudeste asiático, esas operaciones quedaron paralizadas, dejando la industria en Malasia prácticamente devastada.
Al mismo tiempo, muchos de los países que reciben estas exportaciones enfrentan desaceleración manufacturera y poblaciones jóvenes, una combinación que ya alimenta tensiones. En Indonesia, jóvenes manifestantes han denunciado la falta de oportunidades.
Esa presión se mezcla con un histórico sentimiento encontra del país asiático. En 2014, miles de trabajadores destruyeron fábricas extranjeras en Vietnam en respuesta a las maniobras de Beijing en el mar de la China Meridional.
Hace más de dos décadas, Europa y Estados Unidos celebraron la potencia manufacturera que China ponía a su servicio. Desde entonces, han tenido que enfrentar sus secuelas sociales y políticas. Y aunque los países emergentes no hayan buscado este segundo choque chino, tendrán que prepararse para enfrentarlo.
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