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INDUSTRIA

Las grandes batallas del lujo: empresas de Gucci, Chanel, Yves Saint Laurent y Tiffany

viernes, 9 de diciembre de 2022
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España

Estos productos han seguido siendo objeto de deseo, pero ya no sólo por la calidad de sus tejidos, sino por el mensaje de exclusividad que se lanza al tener uno de ellos

Expansión - Madrid

Decir que en las mayores batallas de la moda y el lujo han saltado chispas sería quedarse corto. Más aún cuando el incendio de la catedral de Notre Dame motivó el enésimo duelo entre dos grandes fortunas de un país conmocionado por ver cómo uno de sus principales monumentos era consumido por las llamas.

En la madrugada del 16 de abril, pocas horas después de que el fuego fuera extinguido, el multimillonario François Pinault, presidente del grupo Kering, anunció una donación de 100 millones de euros para reconstruir el emblemático edificio. Apenas habían transcurrido unas horas cuando su archirrival Bernard Arnault, dueño de LVMH, anunció un donativo de 200 millones.

Ambos magnates protagonizan una enconada lucha que desde 1999, cuando Pinault, por entonces un empresario desconocido para el gran público, se impuso en la puja por la marca Gucci a Arnault, quien ya controlaba insignias como Louis Vuitton o Christian Dior. No deja de ser irónico que lo único que han compartido en este siglo ha sido su tardanza por hacer efectivos sus donativos para Notre Dame, ya que uno de los responsables de la catedral declaró en público dos meses después del incendio que las grandes fortunas no habían pagado "ni un céntimo".

¿Se trata de la mayor rivalidad de la historia de la moda? A nivel económico no hay duda, pero en el plano personal tal afirmación sería muy atrevida. Especialmente, si otra histórica enemistad del sector tiene como protagonistas a Coco Chanel, Elsa Schiaparelli y un incidente en el que, de nuevo, se puede decir que saltaron chispas, ya que un vestido acabó en llamas.

Es imposible hablar de moda y llamas sin mencionar a Yves Saint Laurent, un creador de fuego, como se le bautizó en un documental que se estrenó en 2018 con motivo del décimo aniversario de su muerte. Y lo cierto es que el diseñador de origen argelino se caracterizó por una personalidad incendiaria que llevó a enemistarse con otros históricos de la industria como Karl Lagerfeld y Tom Ford. Este segundo asegura que Saint Laurent le hizo la vida imposible en París, aunque no lo suficiente como para descarrilar una trayectoria sin la que no se entiende la actual configuración del sector. Al fin y al cabo, Ford fue el principal responsable de reflotar Gucci a finales de los 90, una empresa en la que los fundadores se proferían amenazas de muerte entre ellos.

No deja de ser una realidad que muchos iconos de la moda han carecido en intervenciones públicas de la elegancia que desprendían sus creaciones. Un ejemplo de ello ha sido Giorgio Armani y sus acusaciones de plagio contra Dolce & Gabbana.

Tampoco anduvo acertada a principios de año Megan Marino, una empleada de Cartier que fichó en secreto por Tiffany para filtrarles secretos sobre los diamantes más exclusivos del planeta. Todo para acabar despedida a las cinco semanas de su contratación. Al menos en este conflicto no ha habido, que se sepa, fuego de por medio.

Arnault 'vs' Pinault: los reyes del lujo en el siglo XXI

No hay mejor canción para representar la rivalidad entre Bernard Arnault y François Pinault que Cualquier cosa que tú puedes hacer, yo puedo hacerlo mejor, de Irving Berlin. Utilizado en el musical de Broadway Annie Get Your Gun (Annie Coge Tu Pistola), un niño y una niña se retan constantemente asegurando que pueden mejorar cualquier cosa que intente el otro. Le puede resultar familiar porque en 2007, una marca prémium como Mercedes utilizó el tema como banda sonora de un exitoso anuncio de televisión que lanzaron por la pelea que mantenían Fernando Alonso y Lewis Hamilton en el Mundial de Fórmula 1.

Aunque pueda parecer exagerado, ya que se trata de dos empresarios de contrastado prestigio, ha habido momentos en los que la obsesión por superar el uno al otro ha llevado a Arnault y Pinault a comportamientos de lo más infantil, como pone de manifiesta la serie documental El Reino de los Sueño. Si uno tenía una colección de vinos, el otro también. Si Pinault comenzaba a coleccionar arte moderno y decidía crear una fundación para su conservación, Arnault hacía lo mismo. Y así con muchas otras cosas por culpa de una enemistad que se remonta a 1999.

Porque fue hace 23 años cuando estalló la guerra entre estos dos multimillonarios. La razón fue la adquisición de Gucci por parte de Pinault, por entonces un empresario muy alejado de las cotas de popularidad que disfrutaba Arnault, quien pese a ser dueño de marcas como Christian Dior o Louis Vuitton, fracasó en su intento por adquirir la insignia italiana. En gran medida, por el interés de Tom Ford y Domenico De Sole por aliarse con Pinault. Esto llevó al diseñador estrella y al consejero delegado de la compañía a repartir acciones entre todos los empleados cada vez que Arnault intentaba aumentar su participación en la empresa.

"No tengo nada en contra del señor Pinault, pero ha ido a por Gucci sin ni siquiera llamarme", dijo Arnault ante lo ocurrido. En privado, una reportera de la revista Newsweek aseguró años después que le dijo: "Han encontrado un caballero blanco. Pero, a veces, los caballeros blancos se vuelven negros. Vamos a ver lo que dura".

Hasta el momento, ya van más de dos décadas de rivalidad en la que ha quedado claro lo diferentes que son ambas personas. Si Arnault, procedente de la alta sociedad, es calculador y metódico; Pinault, de origen más humilde, se define a sí mismo como intuitivo. "Juzgo rápido y mi primera impresión suele ser correcta", dijo en una ocasión. En los años posteriores a la compra de Gucci, él, Ford y De Sole tuvieron que maniobrar con mucho cuidado a la hora de cerrar operaciones, ya que sabían que Arnault tenía espías en todas las empresas. Éste, además, era un obseso del trabajo que solía visitar sus tiendas para comprobar de primera mano cómo marchaban.

A nivel estratégico, no dudó en fomentar, aunque de manera discreta, la competencia interna entre sus diseñadores estrella: John Galliano (Christian Dior), Marc Jacobs (Louis Vuitton) y Alexander McQueen (Givenchy). Este último, al sentirse menospreciado, acabó creando su propia marca y fichando por el grupo de Pinault.

Por otra parte, ambos también fueron conscientes pronto del gran potencial que tenía China, el gigante dormido, para el mercado del lujo. Un lujo que transformaron por completo. Porque la clientela ha dejado de comprar una camisa de Gucci o un bolso de Louis Vuitton por sus materiales. Estos productos han seguido siendo objeto de deseo, pero ya no sólo por la calidad de sus tejidos, sino por el mensaje de exclusividad que se lanza al tener uno de ellos.

Coco Chanel 'vs' Elsa Schiaparelli: una enemistad por reinaren el periodo de entreguerras

La década de los 30 estaba llegando a su fin. El mundo se acercaba al inicio del peor conflicto bélico de su historia, pero las élites de París seguían disfrutando de la vida como si nada ocurriera. Es por ello que no es de extrañar que en uno de los últimos grandes bailes de disfraces que acogió la Ciudad de la Luz antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial coincidieran Coco Chanel y Elsa Schiaparelli, las dos diseñadoras de referencia en la primera mitad del siglo XX.

Chanel había revolucionado la moda de mujer casi 30 años antes, gracias a un estilo simplificado que aunó practicidad y elegancia. Schiaparelli, en cambio, era una figura al alza gracias a unos diseños influenciados por el surrealismo, el movimiento cultural que por entonces estaba conquistando a las altas esferas de la capital gala. De hecho, Time la definió en 1934 como alguien "a quien se le aplica a menudo la palabra genio" y la situó claramente por delante de Chanel en el ránking de mejores diseñadoras del momento.

Aunque las dos compartían una gran amistad con Salvador Dalí, su relación distaba mucho de ser cordial. Chanel, de origen humilde, pero a quien se le atribuía un gran olfato para los negocios, se refería a su adversaria en tono despectivo como "esa artista italiana que hace ropa". Por su parte, Schiaparelli, de familia acomodada pero que tampoco contó con apoyos para alcanzar el éxito ya que en su entorno nunca se entendió su pasión por la moda, hacía referencia a Chanel como "esa fabricante de sombreros" - la francesa había sido sombrerera-.

Es por esta animadversión mutua que a los presentes en la fiesta de disfraces les sorprendió que Chanel invitara a bailar a Schiaparelli. Según relata la escritora Bettina Ballard, Chanel no se había disfrazado, llevaba un vestido propio, mientras que Schiaparelli portaba un disfraz de árbol hecho por ella misma. Según avanzaba la danza, la francesa condujo a su enemiga hacia un candelabro con velas encendidas que prendieron fuego al disfraz de Schiaparelli. Rápidamente, varios de los presentes tuvieron que apagarlas tirándole a la italiana agua con gas.

Este fue el último gran episodio público de una rivalidad que tras la Segunda Guerra Mundial dejó a Chanel como clara vencedora. Es cierto que sus vínculos con los nazis perjudicaron a su imagen en Europa, donde se abrió camino una nueva generación de diseñadores liderada por Christian Dior. De hecho, se llegó a decir que Chanel estaba pasada de moda. Sin embargo, la francesa lanzó en 1954 una colección de vestidos que fue todo un éxito en Reino Unido y Estados Unidos. Estos cautivaron a actrices como Elizabeth Taylor, Grace Kelly y Rita Hayworth.

En cambio, Schiaparelli se vio obligada a cerrar su negocio el mismo año que Chanel revitalizó su carrera tras un tiempo lidiando con las dificultades económicas de la Europa de la postguerra. No fue hasta 2013 que el diseñador Marco Zanini rescató su historia para lanzar una marca de ropa con el nombre de la histórica diseñadora. Aunque lejos del éxito de Chanel, la firma ha vestido a iconos de la música y el cine como Adele y Taylor Russell.

Tiffany 'vs' Cartier: un fichaje de pocos quilates que acabó en la cola del paro

Del mismo modo que al imaginar un coche deportivo la primera marca que viene a la cabeza es Ferrari, cuando se trata de diamantes difícilmente se piensa en una firma que no sea Tiffany & Co. Pero la emblemática insignia, de la que Audrey Hepburn soñaba con ser cliente habitual en Desayuno con diamantes, ha atravesado una situación compleja en los últimos años. Su adquisición por parte de Lvmh tras la pandemia vino acompañada de la marcha de importantes directivos de su división de joyería. Ante la necesidad de captar talento, una de las incorporaciones fue Megan Marino, aunque su currículo no hacía pensar que la nueva integrante del grupo fuera a tener un gran impacto en el negocio. No se trataba más que de una gerente júnior. Pero, eso sí, procedente de un rival como Cartier. Y ahí es dónde empezaron los problemas.

En primer lugar, porque Marino aseguró al dejar la empresa en diciembre de 2021 que se iba a un sitio "completamente nuevo" y "desconocido". De este modo, pudo seguir trabajando en Cartier las dos semanas posteriores a su aviso, ya que dio a entender que no se iba a un rival directo. Esta mentira salió a la luz en cuestión de días, ya que Cartier descubrió el verdadero destino de Marino por una actualización de su perfil de LinkedIn.

A esto hay que sumar que al ingresar en Cartier en agosto de 2013 Marino firmó una cláusula de confidencialidad por la que no revelaría secretos del grupo, aunque fichara por un competidor. Nada más lejos de la realidad. Cartier interpuso una demanda en marzo de este año en la que acusaba a altos directivos de Tiffany de haber recibido de manera consciente y reiterada información "sensible y valiosa" de su negocio de alta joyería en Norteamérica por parte de Marino. Esta división maneja diamantes que van desde los US$50.000 hasta el US$1 millón.

La empresa propiedad del grupo Richemont calificó esta maniobra de su competidor como una "operación desesperada" por impulsar sus ventas entre un sector de la clientela al que Cartier había dedicado muchos esfuerzos en los últimos ejercicios. "Respetamos los derechos de los competidores a buscar sus objetivos, pero Tiffany & Co. ha cruzado la línea", señalaron. La propia Marino apuntó en la misma dirección. "La dirección de Tiffany estaba más interesada en contratarme como fuente de información confidencial de Cartier que como gerente de alta joyería".

Porque lo irónico de todo el caso es que Tiffany despidió a Marino a las cinco semanas de ficharla por incompetente. La empleada había aceptado una oferta laboral en la que le aumentaban el sueldo un 30% y se le concedía "un bonus fijo y una oportunidad de bonificación discrecional". Pero, como quedaba claro al comprobar su experiencia previa, no estaba cualificada para un cargo de tanta responsabilidad. Evidentemente, Tiffany negó todas las acusaciones. "Nos vamos a defender enérgicamente", aseguraron antes del inicio de un juicio aún sin sentencia.

Christian Louboutin e Yves Saint Laurent: años de disputas en los tribunales por unos simples tacones rojos

No, la exitosa canción de Sebastian YatraTacones rojos no provocó el enfrentamiento que mantuvieron a principios de la década pasada Christian Louboutin e Yves Saint Laurent (YSL). Pero todo el conflicto gira alrededor de este elegante zapato. Por entonces, Loubotin ya había convertido la suela roja de su calzado en su rasgo diferenciador, gracias entre otras cosas a su aparición en series como Sexo en Nueva York o Mujeres Desesperadas.

En 2008, de hecho, el grupo completó el procedimiento para que fueran marca registrada en Estados Unidos.Según constaba en la Oficina de Patentes, Louboutin tenía el derecho exclusivo de fabricar zapatos de suela roja para "calzado de diseño de alta costura para mujer".

Pese a ello, YSL lanzó al mercado en 2010 unos zapatos con dicha característica, dando paso a un inevitable conflicto en los tribunales en el que Louboutin reclamaba una indemnización de un millón de dólares y que se retiraran de las tiendas estos zapatos.

La defensa de YSL no dudó en recurrir a la historia para justificar su posición. "Las suelas rojas son una característica de diseño ornamental de uso común en el calzado, que se remonta a los zapatos rojos que usó el rey Luis XIV en el siglo XVII y los zapatos rojo rubí que llevaron a Dorothy a casa en El mago de Oz", expuso la firmaen su documentación.

El caso atrajo la atención de otra reconocida marca del lujo como Tiffany, que al vender cajas con un azul particular defendió los argumentos utilizados por Louboutin. Por su parte, el fundador de la marca no dudó en criticar a YSL y al grupo Kering, por entonces PPR, ya que consideraba que para ellos todo era un mero "asunto legal". En cambio, para él se trataba de algo "muy personal", ya que afectaba a una empresa que llevaba su nombre y a la que había dedicado más de 20 años de su vida. Además, aprovechó para dar ejemplos de conflictos empresariales que le daban la razón.

"Se trata de un rojo en un contexto específico. Hay un rojo Ferrari y un naranja Hermès. Incluso en la industria alimentaria, Cadbury ganó recientemente una demanda contra Nestlé por usar empaques morados. Todo esto demuestra que los colores juegan un papel en la identidad de una marca", defendió. Por su parte, François Pinault dijo que ambas insignias "tenían mejores cosas que hacer que pelear en un juzgado por una cuestión de colores".

Victor Marrero, juez del distrito sur de Nueva York, no tuvo en cuenta aspectos sentimentales en su veredicto, ya que autorizó a YSL a seguir vendiendo sus tacones con suela roja. "Ningún diseñador debería poder monopolizar un color en la moda", reiteraron desde la compañía propiedad de Pinault.

Pero Louboutin recurrió la decisión ante la Corte de Apelaciones de Nueva York. El más alto tribunal del estado norteamericano calificó directamente de "incorrecta" la interpretación del juez Marrero, según la cual un color nunca podía ser una marca registrada. Así pues, se dictaminó que YSL no podía vender tacones con suela roja, a no ser que todo el zapato fuera del mismo color. Louboutin se dio por satisfecha.

Tom Ford 'vs' la industria: un americano, ante el reto de conquistar París y Milán

Los diseños de Tom Ford fueron los principales culpables del renacer que Gucci. En 1996, las ventas del grupo se dispararon un 90% y la marca pasó de rozar la insolvencia a estar valorada en 4.000 millones de dólares. Con sus finanzas saneadas, Ford asumió en 1999 un nuevo reto: recolocar en el mercado a Yves Saint Laurent (YSL).

En un principio, el diseñador francés acogió a su colega estadounidense con los brazos abiertos, pero en cuanto Ford comenzó a tratar de diferenciar YSL de Gucci e introducir diseños novedosos que no casaban con el espíritu tradicional de la insignia gala, Saint Laurent mostró su rechazo más absoluto. "Yves y su socio, Pierre Bergé, fueron tan complicados de tratar y tan malvados que me hicieron sentir un miserable", afirmó tiempo después.

El histórico diseñador galo no dudó en mostrar en público su descontento con la gestión de Ford, con frases como "el pobre hombre hace lo que puede". A pesar de que su marca había pasado a ser propiedad de François Pinault, llegó a aparecer ante cámaras de televisión con Bernard Arnault, a quien pidió ayuda para acabar con su enemigo. Pero Ford, que como estadounidense había tenido que superar muchas barreras para hacerse hueco en dos capitales de la moda como Milán y París, salió victorioso.

No ocurrió lo mismo negociando su renovación por Gucci en 2004. Las diferencias con Pinault fueron insalvables y, por lógica aplastante, el dueño del grupo impuso sus condiciones. "Pensó que la empresa era suya", dijo el magnate francés, que recriminó a Ford su excesivo ego. "Habría sido mejor si le hubiera contratado 10 años antes". Lo que sí tuvo que hacer Pinault con la marcha de Ford fue contratar a cuatro directivos, para así repartir la ingente cantidad de trabajo que asumía el texano.
Armani 'vs' Dolce & Gabbana y Versace: acusaciones de plagio y la polémica por saber quién viste a 'señoras de la iglesia'

Giorgio Armani ha construido un imperio en el mundo de la moda que le ha llevado a tener una fortuna cercana a los 7.000 millones de dólares, pero por el camino ha hecho algún que otro enemigo por polémicas intervenciones públicas. Así ocurrió en la Semana de la Moda de Milán de 2009, cuando no dudó en acusar a Dolce & Gabbana de haber plagiado unos pantalones suyos de la temporada anterior.

Para el creador de la marca Emporio no había margen para la duda, ya que ambas prendas eran oscuras, anchas y de tela acolchada. "Roban mis modelos, pero espero que mañana aprendan de ello", dijo.

Evidentemente, Domenico Dolcey Stefano Gabbana negaron tales afirmaciones. "Seguramente nos queda aún mucho por aprender, pero no de él. El estilo Armani no ha sido nunca para nosotros fuente de inspiración estilística y desde hace años no miramos ya sus desfiles", sentenciaron en un comunicado.

Debido al malestar de ambos, Armani intentó rebajar la tensión asegurando que "todos copian" y que él mismo lo había hecho con prendas de Coco Chanel e Yves Saint Laurent.

Seis años después, el empresario italiano volvió a provocar un sonoro conflicto con otra histórica firma del sector como Versace. En una entrevista aseguró que Gianni, creador de la marca asesinado en 1997, le dijo: "Yo visto prostitutas. Tú, a señoras que van a la iglesia". Durante la década de los 90 siempre se afirmó que fue al revés, y se le atribuyó la autoría de esta afirmación a Armani.

La declaración provocó una respuesta inmediata por parte de Donatella Versace, la hermana menor del fundador del grupo. "Me parece extremadamente maleducado y de mal gusto que el señor Armani haya vuelto a poner palabras en la boca de mi hermano, especialmente porque no está entre nosotros y no puede contestar a lo que dice", lamentó.

Un asesinato, herencias y traiciones: cuando el enemigo está en casa

Desde 1970, Gucci fue una empresa marcada por las peleas de la familia fundadora. Maurizio Gucci se hizo con el control del grupo a mediados de los 80 al imponerse a su tío Aldo, quien luego sería condenado a un año de cárcel por evasión fiscal. El nuevo accionista mayoritario del grupo apostó por vender más productos, algo que, aunque elevó la facturación, perjudicó al estatus de Gucci como marca de lujo. De hecho, la firma entró en la década de los 90 en números rojos.

Maurizio Gucci acabó por ceder su participación mayoritaria a Investcorp en 1993, para sólo dos años después ser asesinado en el vestíbulo de su oficina en Milán. La responsable de ello fue su exmujer Patrizia Reggiani, impulsada tanto por los celos hacia el empresario, de quien se divorció en 1994, como por el rencor que sentía hacia él por vender las acciones de la familia en Gucci sin que ella pudiera obtener cierta cuota de poder.

Quien no fracasó en su intento por controlar una marca histórica, y sin tener que incurrir en actos delictivos, fue Sophie Lacoste, nieta del fundador de la marca del cocodrilo. Ésta desbancó de la presidencia a su padre, Michel, quien no la veía preparada para asumir el puesto. De hecho, los planes del progenitor eran nombrar presidenta a su sobrina, Béryl Lacoste. No obstante, ambos bandos acabarían firmando la paz y, al igual que ocurrió con Gucci, decidieron vender la participación que la familia tenía en la empresa. Lacoste pasó a ser propiedad del grupo suizo Maus Frères por 1.000 millones de euros.

En L'Oreal también acabaron enterrando el hacha de guerra tras un largo proceso judicial. Éste se saldó con Francoise Bettencourt Meyers heredando el control de la empresa de cosméticos y convirtiéndose en la mujer más rica del mundo en 2017 una vez falleció su madre, Liliane Bettencourt. Ésta dudó durante años si ceder parte de su fortuna a su pareja, François-Marie Banier, a quien Bettencourt Meyers acusó de manipular a su madre.

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