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El notable dilema de la transformación afgana

martes, 11 de septiembre de 2012
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Luis Fernando Vargas-Alzate

Esta semana se presentó un suceso de gran relevancia relacionado con el control de las fuerzas afganas sobre uno de los lugares más polémicos durante el tiempo en que Estados Unidos mantuvo injerencia directa.

Se trata de la cárcel de Bagram (Parwan Detention Centre), considerada prisión política similar a Guantánamo, aunque de mayor población carcelaria, y que estuvo asegurada por el país norteamericano y fuerzas de la OTAN hasta el pasado lunes, cuando entregó su mandato a personal afgano.

Es, además, un centro de reclusión de grandes debates en torno a la posible violación de los derechos humanos en sus instalaciones. Son varias las organizaciones defensoras de los mismos que así lo han denunciado.

Las razones para la entrega están sintetizadas en un memorando de entendimiento firmado por ambos gobiernos varios meses atrás y que contempla la cesión de autoridad y el fortalecimiento institucional por parte de la administración del presidente Karzai.

La ISAF (International Security Assistance Force), una fuerza de la OTAN situada en medio de las controversias que rechazan la presencia occidental en el país asiático, continúa de esta manera con el proceso de otorgar a nacionales afganos el control de las instituciones.

No obstante, queda establecido que los Estados Unidos seguirán teniendo injerencia, fundamentalmente en lo que tiene que ver con los presos extranjeros en el país y algunas detenciones de último momento.

Detrás de esta acción debe analizarse la capacidad de la naciente estructura gubernamental que Afganistán viene tejiendo al interior de su territorio y las responsabilidades que le genera hacerse cargo de las prisiones y demás componentes que comprenden el sistema estatal.

No es sólo la posibilidad y capacidades de administrar la prisión de Bagram sino ir más allá sobre las reales opciones que tiene el gobierno de Karzai de sacar adelante un proyecto de institucionalización en su país.

Máxime, si se tiene en cuenta que a pocas horas de entregar la administración de Bagram a oficiales afganos, un fanático talibán hizo detonar una carga explosiva en una acción suicida que dejó, al menos, una decena de muertos y múltiples heridos en la zona.

Las preguntas siguen aflorando cada vez que se toca el tema de este enclave territorial en el área meridional del Medio Oriente.

¿Cuál será el rumbo real de Afganistán como unidad política? ¿Cuál el de la(s) nación (es) que lo compone(n)? ¿Cómo lograr estabilidad en un entorno de tan altas complejidades e intereses encontrados?

Seguramente las respuestas no están en Estados Unidos ni en las sesiones de trabajo de la OTAN.

Varias de ellas están al interior del país, pero tienen que ver con estrategias en las que converjan los intereses de los actores legales y legítimos.

Como bien es sabido, los rebeldes talibanes son el centro de la inestabilidad. Ellos, fanáticos al extremo en el anhelo de fomentar la teocracia islámica rebelde en el país gobernado por Karzai, impiden cualquier tipo de negociación.

Sin caer acá en pro-occidentalismos, ante el fanatismo religioso es preciso que prime la institucionalidad. Por tanto, lo más necesario al interior del contexto afgano es fortalecer el aparato estatal.

Las dificultades radican en la manera o en el método a utilizar. Pues no hay que olvidarse que se está al interior de una sociedad que no tiene introyectado el sentido de la democracia, ni el valor de los derechos humanos como en Occidente se contempla.

El reto no deja de ser complejo. Tanto a Estados Unidos como a la Comunidad Internacional en general esta tarea les quedó grande. Ni siquiera han logrado establecer una hoja de ruta clara que facilite a los actores legales la maduración de instituciones que ejerzan correcta y concretamente el monopolio de la fuerza y la violencia.

Antes que eso se desgastan todo el tiempo tratando de controlar un enemigo que, bajo el concepto y aplicación de conflicto irregular, es inalcanzable. A su vez, aplican fuerza y violencia a una sociedad que cuando los ve pasar tampoco los entiende.

Afganistán sigue siendo un país que hace parte de otro mundo, muy distinto al occidental. Quizá resulte mejor entenderlo y dejar de lado esa insistencia en insertarlo a un universo al cual realmente no corresponde.

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