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FINANZAS PERSONALES

Mitigar los problemas agrarios con inversión

martes, 8 de octubre de 2013
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Manuel Cabeza Lambán

Los libros de macroeconomía lo dicen muy claro: para que un país entre en las fases de pleno desarrollo, previamente ha tenido una revolución agrícola, una revolución industrial y, modernamente, una revolución de los servicios.

En la España de los años sesenta se arrastraban problemas agrícolas seculares. La revolución agraria, que otros países europeos habían superado antes de acometer su revolución industrial, en España se había quedado a mitad. Existían grandes latifundios en Andalucía y Extremadura con minifundios en Galicia y Asturias. Los problemas de baja productividad de los cultivos coexistían con gran cantidad de personas trabajando en el campo, que aportaban poco al Producto Interior Bruto. El malestar social de los agricultores -muy controlado por las autoridades de entonces- se prolongaba en décadas. Véase el libro de Juan Díaz del Moral “Historia de las agitaciones campesinas andaluzas” publicado en 1967.

En suma, se pretendía reforzar la capacidad industrial de España, lanzar una revolución industrial, a través de los Planes de Desarrollo, sin haber resuelto antes la revolución agraria. Los Gobiernos tecnócratas de aquellos años tuvieron que enfrentarse a la resolución paralela de ambos problemas, sabiendo que, por las leyes de la macroeconomía, si no resolvían el primero, difícilmente triunfarían en el segundo y España quedaría descolgada de Europa una vez más.

Los problemas agrarios involucran en todos los países una amplia serie de factores: meteorológicos, geológicos, políticos, regionales, demográficos, de clases sociales, de productos, de distribución, de marketing y de inversión. Es muy compleja la solución satisfactoria y conjunta de todos ellos y las que se adoptaron para cada uno desbordan los límites de este análisis. Me fijaré solamente en un factor, la inversión, que no soluciona todos, pero sí muchos de los males.

Se decidió que las ventas de los productos agrarios deberían dejar de ser, en lo posible, ventas de materias primas a precios muy bajos y que, aprovechando el auge de la industria, deberían venderse como productos transformados que incorporasen cada vez más valores añadidos de alto precio. Como el ahorro español era insuficiente, se adoptaron medidas fiscales y de estímulo a la inversión productiva para atraer a las grandes multinacionales e inversores que quisieran transformar los productos del campo. En veinte años los resultados fueron espectaculares. La mayoría de productos ya se vendían elaborados, envasados, empaquetados, con controles de calidad…a precios mucho más altos y ya estaban listos para la conquista de mercados mundiales. ¿Terminó esto con los problemas agrarios? Con la mayoría de ellos sí.

En la actualidad son otros los problemas. La irrupción de fondos de inversión que deforman los precios, tal como señalé en un artículo anterior, la lucha entre las grandes cadenas de distribución y los productores, la venta a precios de dumping de productos agrarios de otros países, las obstrucciones a las importaciones, incluso la politización del agro…

Pero hay que reconocer que la inversión fue clave para solucionar problemas seculares. Y que el apoyo del Estado -vía fiscalidad, tipos de interés preferenciales y garantías- fue determinante para una revolución histórica que cambió totalmente el sector agrícola español haciéndolo altamente competitivo y punta de lanza del sector agrícola exportador, uno de los mayores de Europa. Lograr un alto valor añadido en cada producto, ese fue el objetivo de la inversión.

Todavía recuerdo a los grandes camiones-cuba que recogían el vino de las bodegas de mis abuelos. La tierra produce un vino tinto de alta graduación y lo vendían para mezclar en otras regiones con vinos inferiores. Vivían modestamente, aceptaban el precio que les daban. Y cuando una plaga destruyó los viñedos, se arruinaron.

Pero ahora, cuando regreso de Londres en British Airways, me ofrecen ese mismo vino tinto español de las bodegas de mis abuelos, convenientemente tratado, etiquetado y embotellado. Les costaría entender, si vivieran, que no es un milagro sino el resultado de una profunda labor de transformación, inversión y valor añadido.

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