El futuro sostenible empieza por los deberes antes que beneficios individuales

Hay una única forma de cambiar el preocupante e indetenible curso de la historia humana. Una de la que depende el presente y el futuro de la humanidad. Una que es viable, posible, y absolutamente necesaria, pero que ha sido absurdamente ignorada, subordinada y subestimada. Una, que le estamos planteando al mundo, aunque se enfrenta a una gran realidad: no es sexi.

Desde 1948, hace ya casi 77 años, la humanidad inició una extraordinaria etapa en la que reconocimos, promovimos y decidimos custodiar, como nunca, la dignidad humana, a través de un documento que estableció de una vez por todas y, ojalá para siempre, un tratado de derechos básicos de todos y cada uno de los seres humanos del planeta, por el solo, simple y a la vez complejo hecho de ser, de existir.

Gracias a la aprobación, aquel 10 de diciembre, de la Declaración Universal de Derechos Humanos, hemos formado a generaciones enteras conscientes de sus derechos, listas para exigir su respeto, aún en los escenarios más adversos. Y aun así, las contradicciones son extraordinarias en los más diversos rincones del planeta, a veces no tan remotos… A veces, y muy lamentablemente, muy cerca de nosotros; en los que tales derechos son violentados y cruelmente burlados.

Sin embargo, la necesidad de respetar los derechos humanos no se concentra solo en los grandes líderes; al contrario, creerlo constituye una trampa histórica. Gracias a ella no miramos la vulneración de esos derechos en la escuela, por ejemplo, por parte de estudiantes que afectan a otros, o en el barrio, por parte de vecinos que impactan negativamente a la comunidad, o en la empresa, por parte de colaboradores que, en la exigencia de sus derechos, desconocen y omiten sus deberes fundamentales como parte del equipo del que forman parte. Y es así como nos quedamos en la exigencia y el reclamo ante líderes consumados, a quienes no les enseñamos antes que, así como tienen derechos, también tienen deberes elementales.

Pero es natural que así pase… Hablar de deberes, en un entorno que no ha exaltado la responsabilidad con la misma fuerza con la que ha enaltecido la libertad, no es para nada sexi. Al contrario, premisas como: “yo hago lo que quiero hacer”, se han convertido casi en un mantra de la realización personal para las nuevas generaciones.

Es en el marco de esa realidad que le estamos proponiendo a esta generación que marque el único hito que nos puede garantizar un futuro realmente sostenible: la consideración y aprobación de una “Declaración Universal de los Deberes Humanos”, que establezca oficialmente, de una vez por todas, las responsabilidades mínimas que todos tenemos, y que empodere a líderes y educadores del planeta entero, para formar a las próximas generaciones con un sentido de responsabilidad sin precedentes en la historia humana.

Gracias a esa visión, la Cámara Junior Internacional (JCI por sus siglas en inglés), aprobó en la Asamblea General 2022 que tuve la oportunidad de presidir desde Hong Kong, con la participación de más de 120 países, la “Declaración Universal de Derechos Humanos para Líderes”; el octavo Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, se sumó a respaldar tal iniciativa; propusimos a la ONU el día mundial de los Deberes Humanos; y países y localidades como Filipinas, Nueva York en USA, o Zulia en Venezuela, ya comenzaron a celebrarlo oficialmente cada 10 de julio, para sumarse a una nueva conversación global que no tiene vuelta atrás.

Hasta que logremos la gran hazaña: que levantar la voz en nuestras casas y aulas de clase para recordarnos nuestros deberes, sea tan sexi como elevar la voz frente al palacio de gobierno, los medios de comunicación o en las redes sociales para exigir el respeto a nuestros derechos.

Hasta que comprendamos que ambas caras de la misma moneda son irrenunciables, y que la riqueza y el bienestar de esta y las próximas generaciones depende de semejante conciencia.