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La última vez que alguien públicamente se atrevió a alarmar a la opinión pública sobre una posible sobreoferta hotelera, que se estaría presentando en Bogotá, le llovieron rayos y centellas por todos lados.
Pero mirando el tema con total frialdad, tranquilidad y objetividad, aquella advertencia que se hizo alguna vez no estaba equivocada y solo el futuro próximo le dará la razón a este personaje.
El aumento de habitaciones es excesiva y por mas tratados de libre comercio que el Gobierno Nacional firme, será difícil que la ciudad de Bogotá, y su hotelería, vuelva a tener las ocupaciones de los últimos tres años con tarifas rentables, que además han sido fuertemente afectadas por el tema económico de la revaluación.
Pero ajeno a un planteamiento estadístico de crecimiento de oferta, versus el crecimiento de demanda, y llenarnos aburridamente de cifras y especulaciones, considero que el problema está en como enfrentar la situación. Aquí, solo unos datos muy generales:
1. En el año 2011 la ocupación hotelera en todo Colombia fue del 54,5%.
2. A marzo del año 2012 se estaban construyendo unos 328.500 metros cuadrados, que tendrían como destino final hoteles en el país.
3. Bogotá tiene el 43% del total de la oferta hotelera del territorio nacional.
4. El número de noches promedio de estancia de los turistas o viajeros nacionales/internacionales en los hoteles colombianos ha sufrido un recorte importante al pasar de 1.37 noches a 1.22 noches en promedio por visitante.
5. Las tarifas de los hoteles cinco estrellas son las que han presentado la mayor volatilidad. En el año 2010 sufrieron una disminución de 2,1%, mientras que en el año 2011 registraron una expansión de un 10%.
Pero regresamos al razonamiento del problema. La hotelería en Colombia, y específicamente en la ciudad de Bogotá, sufrirá, sin duda alguna, una sobreoferta.
La capital del país busca conquistar más visitantes, y mientras la ciudad enfrenta dramáticamente un vacío gerencial y carece de aspectos importantes o de relevancia para cualquier turista como seguridad, movilidad, andenes, vías, pasos peatonales… En fin tantas cosas que una metrópoli necesita para ser amable al turista.
Mientras tanto, cada empresa hotelera o cadena lucha por mantener su clientela, si ya existe, o por encontrar huéspedes nuevos, si está en el proceso de abrir puertas y comenzar las operaciones.
Pero pregunto yo, en forma respetuosa a todos mis amigos y colegas del sector, si además de la preocupación auténtica de ofrecer un buen producto, estamos siendo exitosos en encontrar factores diferenciadores que permitan al huésped escoger entre un hotel u otro.
Y no lo digo por tarifa, por ubicación, por la cadena a la que pertenece, por su nombre y apellido, sino porque soy diferente en los momentos de verdad, en lo que mis huéspedes perciben y experimentan cuando se quedan en mis instalaciones y disfrutan mis servicios.
Valdría la pena hacerse una nueva pregunta: ¿soy diferente en personalidad, en la forma de hacer y complacer, en generar recuerdos positivos e inolvidables, en ser y prestar un servicio que rompe esquemas y paradigmas?
Me pregunto cuántos enfrentan sin temor, ni inseguridad, el querer ser diferentes entre los competidores y en lograr lo que muchos perseguimos y pocos alcanzamos: enamorar al huésped para que éste regrese a mi hotel una y otra vez, y ni siquiera tenga la más remota tentación de pensar en usar los servicios de otras cadenas que están en el sector.
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